En este artículo presento la otra cara de una misma realidad que publicara en “Una guía al suicidio y la eutanasia”días atrás en este sitio. Así como hay quienes propician la muerte para quienes se van poniendo viejos, pues los que aun gozan de salud y juventud tienen que ocuparse de ellos, con lo que implica en tiempo y dinero, otros eligen acompañar y cuidar libremente a enfermos terminales sin recursos, en los últimos momentos de sus vidas.
El sábado pasado visité el “Hospice Buen Samaritano”. Tenía ganas de conocer la experiencia opuesta a lo que propone Roxana Kreimer en “El sentido de la vida”. En ese libro, la autora -con el eufemismo de “poner un límite ético a la vida”- promueve el suicidio o la eutanasia para todos los que comienzan a sufrir en sus cuerpos el paso del tiempo.
El contrapunto a esa ideología que valora la vida sólo en ciertas condiciones, lo encuentro en mi amigo médico Matías Najún, fundador de una casa en la que brinda acompañamiento terapéutico y espiritual a enfermos terminales sin recursos.
Una respuesta a la soledad de la enfermedad
Es frecuente que los hospitales cuando está dada la última palabra clínica, envían a los enfermos a morir a sus casas y no siempre éstos tienen donde ir o cuentan con familiares que se ocupen de ellos. Así el Hospice, desde diciembre de 2009, brinda un cuidado médico y amoroso a personas próximas a morir, sin recursos económicos, y a sus familias. Al tiempo en que promueven “la humanización de la salud”, como indica su misión, se proponen “acercar a todos el mensaje de Jesús”; y sin dudas la parábola del buen samaritano expresa los valores del hogar.
Todo un equipo de voluntarios permanentemente capacitados, profesionales de la salud y otros se ocupan de la casa, de su economía y de la recaudación de fondos. Esta última actividad es crucial a la hora de desarrollar un emprendimiento sin fines de lucro. Pero también hay entre sus filas, profesionales de la comunicación, ingenieros y muchas otras personas que se ocupan de la limpieza, preparan la comida y acompañan con la escucha -cuando es necesario, una palabra de aliento-, a personas que están viviendo los últimos momentos de sus vidas y que no tienen manera de retribuir materialmente esos cuidados. Todos los que están involucrados en este proyecto manifiestan en su entusiasmo y compasión un “sentido de la vida” un tanto diferente a la autora de la eutanasia y coinciden en describir cómo esa experiencia de entrega enriquece sus vidas exponencialmente. Es que esas personas, rompiendo el instinto de conservación, acceden a un tipo de autorrealización, tan sencilla y honda, que se basa en poner la mirada en el otro, el otro sufriente, que sale de la estadística para adquirir un rostro, una historia, una dignidad.
Me había propuesto tras “Una guía al suicidio y la eutanasia” no quedarme sólo con la crítica a esa visión. Sentía que tenía que ir más allá de lo teórico en este caso y conocer en forma personal la obra de Matías y su equipo. Así llegué al Hospice Buen Samaritano.
El Hospice, como hoy se lo conoce, fue erigido en una vieja casa quinta de Pilar que, tras ser donada, se acondicionó para que todas las habitaciones den al verde de los árboles y el parque. Ni bien llegado, Matías me llevó a conocer la casa, sin descuidar cada rincón remodelado, los pasillos ensanchados para una buena circulación de las camillas, el antiguo quincho a poco de ser reciclado, la capillita y las habitaciones… en ellas, claro, los pacientes, destino final de mi visita y corazón del Hospice. No sabía cómo reaccionaría al conocer a esas personas. En realidad tampoco tenía claro que accedería a sus habitaciones. Mati me preguntó si quería pasar. Conocí a Nélida, una señora mayor pero no tanto, que dormitaba boca arriba. Su cara fue el primer impacto fuerte que tuve en la visita, totalmente hinchada, deformada por un tumor cerebral, con hematomas que hacía difícil mantener la mirada en su rostro. Mientras la contemplaba descansar, al tiempo que algo impresionado, bajaba a tierra de lo que significa el trabajo que mi amigo y sus compañeros llevan adelante, con enorme valentía. Es que hay que tener valor para enfrentar una realidad tan difícil y más cuando se trata de un sufrimiento ajeno, hecho propio por libre determinación.
En la habitación de al lado Rubén miraba una película. Matías le preguntó si podíamos pasar a saludarlo, advirtiéndome antes que se trataba de un paciente con cáncer de laringe y su traqueotomía estaba a la vista. Pasé, le di la mano afectuosamente y lo dejamos retomar tranquilo su película.
Después de ese recorrido, ya al mediodía del sábado, despedí a Matías que se retiraba a cumplir con sus deberes de padre y esposo. Quedé en manos de Manuel, responsable de la gestión del hogar, la relación con los donantes y los números.
Los voluntarios
Manu me contaba que él ayuda desde donde se siente capacitado y que no es precisamente el acompañamiento de los enfermos. Ingeniero industrial, con un MBA en Estados Unidos –y su mujer y su hijo chiquito merodeando-, dedica algunas horas semanales al Hospice. Sobre los huéspedes nos dijo “los tratamos como si fuesen una familia, con dignidad, con alegría”. Subimos a una sala de reuniones, una especie de altillo al que accedimos por una escalera caracol que parecía no terminar nunca. Desde arriba, una vista panorámica de la casa, desde la que pudimos divisar algunas personas despedirse, tras haber asistido a una jornada de capacitación a voluntarios, volviendo el hogar a una quietud más cercana a la habitual. Sentados en una mesa llena de recibos para enviar a los donantes, Manu nos contaba las tareas de los voluntarios, quienes ayudan de diversas maneras, algunos de ellos hasta cambiando pañales. En un rincón de la sala, Ana, quien hasta ese momento estaba concentrada en una planilla de cálculo, se da vuelta al escuchar lo último, se presenta como voluntaria y comparte con nosotros su experiencia.
Ana, una rubia de pelo largo de unos treinta y pico, se emocionaba de recordar a Mario que había fallecido en la casa hace unos días, con sólo 31 años. Al tiempo en que Ana recordaba a Mario, tan involucrada con su historia como si hablara de alguien verdaderamente cercano, Manu nos mostraba un video en su laptop, que prepararon en homenaje a él. Muy aferrado a las cosas materiales y a “divertirse”, decían, Mario era todo un personaje a quien aprendieron a querer y mucho. Ocurre que había tenido una enorme transformación en el tiempo de su hospedaje en la casa. De no considerar mucho a Dios, se despertaba los últimos días agradeciendo fervorosamente al cielo por todo lo que tenía. El deterioro de su salud iba en aumento, pero ese incremento era directamente proporcional a su renovada fe y a una mayor predisposición a asumir su realidad. Incluso escribió una poesía en la que desde el alma agradecía a las personas que con tanto amor lo cuidaron en el Hospice.
Volvimos a los pañales. Dada la incorporación de Ana a la charla cuando mencionamos el tema minutos atrás, le pregunto si ella había tenido esa experiencia, a lo que asintió. Con los ojos húmedos y asegurando que ese tipo de acciones “te van humanizando”, contaba Ana que al abrir las ropas del enfermo, esa primera vez, “tenía la sensación de estar curando las llagas de Jesús”.
Sin dudas en muchos de los voluntarios la fe y el amor o la suma de ambos los impulsa a darse a sí mismos de una forma que los sorprende hasta a ellos mismos, dando más de lo que hubieran pensado.
Humanizar la salud
Sin querer afectar el normal funcionamiento del Hospice esperamos la oportunidad de conversar con Verónica, la coordinadora de la casa, médica y cofundadora. Luego de despedir al grupo mayor de visitantes subió a conversar conmigo. Con el gesto corporal de finalmente poder sentarse, Verónica, cansada, pero con una infaltable sonrisa, se dispuso a charlar con nosotros. En cada pregunta que le hacía su mirada traslucía emociones vivas. La doctora, tan menuda como aguerrida en la misión que le compete, nos decía de entrada “en el Hospice recibimos al que nadie quiere. Ese que en los hospitales llaman un caño es a quien vamos a buscar”. Vero nos explicó que con caño se refieren, en la jerga médica, a los pacientes con patologías complejas que demandan mucho trabajo y para quienes muchas veces se pierde de vista que antes que caños, son personas y como tales, mucho más que meras historias clínicas. Uno de esos casos es el de Romina, una chica de 18 años internada en la casa con un fulminante tumor cerebral que la tiene en coma, pero a quien no dejan de hablarle y acariciar, pues “el tacto y el oído son los últimos sentidos que se pierden”, señalaba Verónica. La paciente, que tiene un bebé de 22 meses, estaba en un hospital en pésimas condiciones de higiene y cuidado. Para los médicos de ese nosocomio fue un alivio cuando se la llevaron. Verónica me contaba que a pesar de la imposibilidad de la comunicación, sentía que ella estaba mucho más relajada y confortable bajo la nueva asistencia.
Una de las situaciones más difíciles para quienes tienen un familiar internado en un hospital con estas características es que por los reducidos horarios de visita, entre otras restricciones, se hace muy difícil la compañía del enfermo. En ese sentido el Hospice es desestructurado, es una casa familiar en la que parientes y amigos pueden estar el tiempo que quieran en un clima de servicio, alegría y amistad. Los enfermos están todo el tiempo acompañados por los voluntarios, bajo una supervisión médica, claro está y con la presencia “veinticuatro horas” de enfermeras profesionales. Pero para que esa realidad de hoy que Matías, Verónica y otros colaboradores hacen posible, hay en la vida personal de ella, nuestra entrevistada, un momento clave que la hace encontrarse en esta vocación tan particular como valiosa.
Una conversión vocacional
Vero cuenta que estaba en 4° año de medicina cuando conoció a los “jóvenes por la salud”, un grupo de profesionales y estudiantes sanitarios que llevaban todos los años sus conocimientos al norte argentino atendiendo gratuitamente a una comunidad wichi. En esos viajes conoció a Matías y desde entonces se comprometió con los cuidados paliativos. Ella seguía sus estudios como cualquier otra persona, es decir, estudiaba lo que más le gustaba, pero no otorgaba al otro, es decir al destinatario de su ciencia, ninguna entidad especial. El otro como tal no estaba entre lo que la movilizaba. Desde las misiones sanitarias señala que no puede volver a separar su vocación de quienes sufren y necesitan de su ayuda.
En su testimonio Vero expresa ese descubrimiento de la realidad profunda de la persona humana, esa intuición sobre la grandeza escondida en la vida de cada persona. En sus propias palabras: “aprendí a ver en el otro alguien valioso”. A su vez relata:
“En el Hospice no nos fijamos en la historia de la persona, a la hora de decidir hospedarla. No hacemos diferencias por ejemplo en lo que hayan hecho. Puntualmente, han pasado por la casa mujeres que trabajaban en la calle, hombres que cirujeaban… Juan era una persona que terminó viviendo en la calle, pero antes de eso había sido una persona que golpeó a las diferentes mujeres que tuvo, era alcohólico. Cuando llegó al Hospice estaba desnutrido y en un estado de abandono extremo”.
Vero señala que Juan siempre se sintió rechazado y solo. Al verse de verdad necesitado, había cambiado esa prepotencia por una humildad, que probablemente recién conoció al final de su vida, pero que brotó a partir de sentirse querido y aceptado a pesar de todo lo que pudiera haber hecho. “Un día –continúa Verónica- que estaba pensando en todo lo que tenía que hacer, mientras le daba de tomar agua a Juan, con pajita y muy lentamente, porque por su enfermedad no podía hacerlo más rápido, yo perdía la paciencia, hasta que Juan me pregunta si estaba apurada, a lo que contesté que no, que todo mi tiempo era para él y me pidió si me podía quedar un rato a acompañarlo. Ahí me di cuenta de lo importante, tantas cosas para hacer, pero lo verdaderamente importante estaba en estar ese rato en su compañía”.
Liberación para la partida
Con estas experiencias la doctora manifiesta cómo el hogar y el trabajo con pacientes terminales “te ubica en la realidad”. Entre tantas aspiraciones desmedidas y demás cosas que el ego quiere, ella hoy puede ordenar su vida distinguiendo con mayor facilidad lo importante de lo accesorio y qué tiene verdaderamente valor. “Cada persona es un tesoro único e irrepetible”, decía sencillamente.
Por último nuestra charla abordó uno de los principales trabajos que contempla el hospice y que viene a ser algo así como preparar a la persona para al tránsito hacia la muerte y que sea lo menos traumática posible desde lo físico pero también desde lo espiritual y eso se logra alivianando la carga, liberarse de las cosas que los atan y no los dejan asumir su propia muerte: rencores, culpas y demás asuntos en “la cuenta del debe”. El equipo del Hospice intenta ayudar a los pacientes a la reconciliación, con ellos mismos, con Dios y con los demás, aunque respetando a ultranza la voluntad de la persona. Vero recuerda el caso de Adriana, una mujer de 36 años que no se hablaba con la hermana desde hacía años. Sin saber el motivo de la pelea, recuerda Vero que un día Adriana pidió que llamen a su hermana que quería verla. Apenas la vio Adriana le dijo “perdoname”, se abrazaron y se reconciliaron. Adriana emprendió su camino, sin carga y también liberando a su hermana de un peso que vaya a saber uno hasta qué punto podría condicionarla por el resto de su vida.
Es así como nos despedimos de la gente del Hospice, agradecidos de corazón por el ratito dedicado a nosotros, pero en realidad el agradecimiento de fondo que sentíamos era por lo que hacen.
Visitá la página web del Hospice www.buensamaritano.org.ar
Nota de La Nación del 11/01/2010: “Una casa que proteje los últimos sueños”
Javi:
Excelente artículo y hermosa experiencia, gracias por compartirla con nosotros.
Aquellos que hemos pasado alguna vez (en mi caso varias veces) por situaciones similares con nuestros seres amados, sabemos bien de que se trata.
Aquí, la grandeza de gente que tiene los mismos «problemas» que tenemos todos y sin embrago dan todo, porque su mirada está puesta en el otro, no en su propio ombligo….cuantas veces hemos charlado de esto!
Leyendo la introducción, y pensando un poco en la muerte se me vino a la mente Santiago Kovadloff, quien dice «no vamos hacia a la muerte, vamos con ella. Por que la muerte nos cosntituye»…en definitiva, quien la niega, también su propia existencia.
Seguí por este camino, un abrazo
Adrián….
Estoy muy conmovido por la nota. La obra que lleva adelante el Dr. Matías Najún y su equipo en el “Hospice Buen Samaritano” inmediatamente me hizo recordar a la Madre Teresa de Calcuta. Es increíble tanta bondad y entrega amorosa. Ha sido un verdadero cachetazo que sacudió mi modorra de quejas y lamentos por trivialidades varias.
Somos tan limitados que hace falta pegarnos un porrazo para recapacitar un poco sobre el don de vivir sanos y en compañía de nuestros seres queridos. Aliento al autor a seguir regalándonos estas bocanadas de aire fresco. Saludo desde mi corazón a todos los que suman su aporte para dignificar a los pacientes hasta sus últimos minutos.
un abrazo grande.
Alberto
Totalmente conmovida. A medida que iba leyendo crecía la emoción hasta las lágrimas… no tengo mas palabras, sólo felicitar a toda esta gente por tan increible trabajo y darles las gracias, a ellos y vos por trasmitirnos esto, y despetar «algo» dentro nuestro. Estos ejemplos son terribles cables a tierra, que por lo menos a mí, me hacen preguntar que vida quiero… ojalá pueda seguir mínimamante su ejemplo.
gracias!
Javier, me encanto esta nota. Es admirable el trabajo que realizan todos las personas que trabajan en el Hospice. Me hacen acordar a la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross, una médica que se especializaba en acompañar a los enfermos terminales durante la transición de la vida y la muerte.
Felicito a todas las personas que hacen posible que este lugar funcione. Gracias a su generosidad asisten a todas aquellas personas que no tienen la posibilidad de ir en paz en compañía de sus familias.
Como bien dice la nota «cada ser humano es un tesoro único e irrepetible». Cada persona que se nos cruza por el camino puede enseñarnos algo hasta el último momento de su vida. Y esto es lo que hacen todas las personas que pasan por el Hopice. Sin saberlo, dejan huellas grabadas, como el caso de Mario.
Gracias por compartir esta experiencia.
Cecilia Fernandez
No se puede agregar mucho mas a lo ya manifestado por otras persona.Siempre me pareció admirable la gente que se olvida de si misma para acordarsede otros, aunque sea por un rato.Alguien dijo en un comentario que le venía a la mente la Madre Teresa, y si… leyendo el artículo (que dicho sea de paso esta muy bueno) no se puede dejar de pensar en ella.En la computadora de mi oficina está su imagen y cada vez que la veo pienso en todos aquellos olvidados y ahora con alegría encuentro que no hay que ser hermana de la caridad para ser solidaria y que existe esta gente que tiende un puente entre el sufrimiento, el miedo , el dolor y el cielo.
Admirables todos ellos , gracias javier por ayudarnos a reflexionar
javier,
me emocionó muchísimo la nota, es increible lo que hacen esas personas!
te felicto por la pagina, por la nota, y por dedicarle tiempo a este tipo de cosas!!
Garza,
Muy buen articulo.
Me encanto. Que emocionante es enterarse de estras cosas! Aveces parece que la unica realidad es la que se muestra en los noticieros. Pero no! Cuanto valor hay!
Saludos!
Javier:
Primero de todo, quería agradecerte por haberme llevado con vos, fue una experiencia increible haber compartido la mañana en el Hospice y el haber sido «tu asistente» Comparti el encuentro con mi gente muy emocionada por lo que había vivido.
Agradezco a toda la gente que compartió con nosotros ese día y lo que uno se lleva …
Gracias Javo y te felicito por la nota! increible! me emocioné muchisimo! es muy lindo poder difundir esto para que la gente este más en contacto con la solidaridad y el entregar un poco de su tiempo a otros que realmente lo necesitan.
Un beso enorme y cuando quieras aca estoy cuñado para acompañarte!
nuevamente felicitaciones!
Javier:
Mil gracias por compartir este articulo, tan conmovedor.
Yo habia escuchado de un lugar asi, pero no se si es el mismo.
El relato, nos deja muchas cosas para pensar .Mil gracias
Javi….gracias por acercarnos tanta luz y tanto amor!
Me conmovió el alma tu artículo, y leer sobre la obra de Matias y todos los voluntarios.
Cuantos gestos de verdadero amor fraterno. Realmente me hizo pensar mucho..
Gracias Javi!! un beso…
Leti
Muchas gracias a todos por escribir. Comparto la consideración de que en esa casa se hace algo importante de verdad.
Abrazo grandote y gracias por el cariño!!
Javier
Javier
Me llegò mucho tu artìculo del Hospice, es conmovedor que exista un lugar asì y que haya gente con la profunda sensibilidad de dedicarle parte de su vida a esa otra gente, que el destino quiso que fuera otro pero que bien podrìa haber sido uno mismo.
Leyendo tu pàgina, me gustò la frase de Santiago Kovadloff que dice que no importa tu opiniòn sobre las cosas sino què te pasa a vos con las cosas que te tocan.
Ayer justamente me afectò el encuentro con un hombre que estaba afuera de un McDonalds, sucio, pelo enmarañado, totalmente marginal. Què angustia la suya, por màs que no la tenga conciente, de sentirse sin pertenencia, sin punto de contacto con el resto de la gente que està mal que mal insertada en el sistema.
Es reconfortante y esperanzador para todos nosotros como humanos que haya personas que no hayan olvidado lo esencial.
Gracias por tu nota
Patricia
El hecho de que haya proyectos como este nos permite tener un poco de esperanza en el ser humano. Nos hace saber que en todo esta cienaga que se están convirtiendo las sociedades modernas por culpa del culto individualista al ego y a el materialismo aun queda gente que comprende un «significado de la vida» más humano y que a través de acciones como esta nos lo muestran.
Curiosamente la vida tiene un efecto paradójico que cuesta asimilar pero que a su vez es la clave para la felicidad: Cuanto más miras por ti mismo en busca de la felicidad, cuanto más tiempo inviertes en ti mismo, cuanto más energía gastas en ti mismo; cuanto más egoista eres, más infeliz eres. En contraposición, cuanto más miras por los demás, cuanto más te desentiendes de tu propio interés material, cuanto más empatizas con el resto de la gente, más feliz te sientes y más humano te sientes.
Yo creo que ese es el mensaje que todas las religiones promueven (o pretendían promover en un inicio antes de ser tergiversadas durante siglos por los egoistas intereses de sus representantes).
La gente que participa en proyectos de este tipo son conscientes de esta realidad por experiencia personal y eso hace que la vida de cualquiera de ellos esté más llena y rebose más felicidad que la vida de cualquier «triunfador» de la sociedad moderna capitalista.
Espero que algún día yo también me atreva a dar el paso. ¡Un saludo!
no conosco el lugar ni a los que trabajan ahí pero si son de la SSJ y amigos del Padre Jose ya esta todo dicho.
Felicitaciones tendriamos que animarnos muchos mas a esto, a amar al projimo como Dios nos lo dice.Si se pudiera ir a visitar ese lugar seria hermoso.
Seria tan amable de mandarme los datos del lugar, en que lugar se encuentra?
Gracias