En esta segunda y última parte de la ponencia ya abandono lo testimonial, para centrarme en los puntos de encuentro entre el pensamiento hegemónico y el personalismo, como también y subtitulado «una cultura anestesiada» ofrezco una crítica de nuestro vivir actual. Culmino con una propuesta que apunta a descubrir lo extraordinario en el hombre.
El problema de la técnica como punto de anclaje
“En el mundo de hoy, se puede decir que un ser pierde tanto más conciencia de su realidad íntima y profunda cuanto más dependiente es de todas las mecánicas cuyo funcionamiento le aseguran una vida material tolerable. Estaría tentado de decir que como su centro de gravedad y su base de equilibrio se le vuelven exteriores, él se sitúa cada vez más en las cosas, en los aparatos de los cuales depende para existir”[1]
Gabriel Marcel se ocupa de uno de los temas que me permiten establecer senderos de investigación comunes entre las dos vertientes en cuestión. La técnica, o bien el modo de vida derivado de su presencia extendida en la contemporaneidad, es uno de esos grandes asuntos que une la preocupación de ambos enfoques.
Cabe aclarar que cuando criticamos la técnica no lo hacemos desde una posición arcaizante que piensa todo tiempo pasado mejor, ni se trata de una reivindicación anti tecnológica o que niega el aporte de la ciencia en la calidad de vida. Apuntamos a manifestaciones de la vida social que son consecuencia de un primado técnico que ha trastocado más que valores o creencias: el hacer y sentir cotidiano. Esa atmósfera afecta a nociones –en línea con el pensamiento de Marcel- como la “sustitución de la alegría por la satisfacción”, “la inquietud por la insatisfacción”, y cómo producto de esto, aparecen los satisfechos por una parte y los insatisfechos por la otra, coincidiendo en una común mediocridad.
Cuando asistimos al vaciamiento de toda intimidad, en un despliegue hacia las cosas, la pregunta acerca de “quien soy” desaparece y se hace imposible diferenciarla de “lo que tengo” (bienes materiales, un apellido, un título profesional, una clase social, etc.). En otras palabras, el dilema “ser-tener” ya no tiene lugar pues no se advierte la diferencia entre ambos conceptos. Este es el marco en que pareciera esfumarse el ser espiritual, resignado a los pies de un entretenimiento que tiende a la desesperación.
“La técnica se presenta cada vez más a los seres, en quienes toda vida interior está demasiado a menudo cegada, como el medio infalible de realizar un confort generalizado fuera del cual no pueden concebir la felicidad”[2]. Y este confort sostiene, “es el único susceptible de hacer tolerable una vida”. Alejado el individuo de las propias mociones del alma, en tanto pasiones, sentimientos y emociones que se sufren, pero de los que no hay intención por indagar su significado, no queda más que refugiarse en lo que el otro me ofrezca. Escindido de mí mismo, me vuelvo moldeable al consumo masivo que aglutina a todos los que han claudicado en hallar lo que los hace únicos.
Julián Marías, por su parte describe el acceso a la vida personal, al núcleo personal, como algo mucho más difícil en nuestro tiempo. “En el siglo XX hay que atravesar algo así como una densa muralla de cosas –muebles, vehículos, aparatos de todo orden, imágenes- para llegar al hombre”[3]. Señala la dificultad para quedarse solo y entrar en cuentas consigo mismo, por haber saturado la vida de quehaceres impuestos, impersonales, que no brotan de la vocación personal. Ahora, el problema para Marías es que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestra época viven de esta manera con la mayor naturalidad: la burocracia, las regulaciones, la profesión, jubilaciones, servicios públicos… y las noticias, que no tienen nada que ver ni con la vocación, ni el encuentro con uno mismo, ni el balance personal.
Una cultura anestesiada
Es innegable que el hombre ha explotado con fiereza su perfil utilitarista, moviéndose casi siempre en pos de los propios intereses y llevando a muchos a comprender esta inclinación como una naturaleza. Desde este lugar hay quienes teorizan sobre el hombre como aquél ser que sólo obra buscando el bien individual, pero no ya como una denuncia que pretende encarrilar sus acciones en pos de un bien más abarcativo. Estos teóricos liberales, conciben esta característica, llamémosle egoísta, como motor del progreso y de cuyo movimiento cada uno recibirá lo que le corresponde. Así, entendiendo que el propio interés es la inclinación suprema del hombre, no puede esperarse el seguimiento de ningún ideal; o sin ir tan lejos, no habrá voz siquiera para la justicia social.
Traigo esta ideología al debate cuya plataforma está en “las cosas como son” y que en política ya no apunta a grandes transformaciones sino a una actuación más puesta en los fines que en los medios. Este conformismo o resignación ante “las cosas como son”, olvida las cosas como deberían ser, parafraseando a Mounier.
Y se me ocurre que uno de los orígenes de esta posición “desidealizada” en el mal sentido de este término, proviene de la permanente desilusión en el ser humano, como si asistiéramos al hastío de ver cómo el hombre tropieza con una misma piedra no dos veces, sino mil. Entonces, pareciera ser mejor abandonar toda esperanza, y no volver a aspirar a un mundo de valores compartidos, fraterno y solidario. Es que ese camino es incierto y no hay nada ni nadie que asegure el éxito de tal empresa. De este modo se abandona la aventura antes de siquiera intentarlo.
Otro elemento que lleva al “individualismo conformista”, es esa extraña preponderancia técnica que advertimos al contemplar una sociedad que tiene entre sus principales valores el entretenimiento: la sociedad del espectáculo. ¿Su síntoma? el aburrimiento, cáncer que todo lo carcome y que abre la puerta al peligro, el de dejarme a solas conmigo mismo. En suma, esta sociedad de la exteriorización predispone a la “exaltación de lo banal” en el marco de una compleja “obsesión por mostrarse”.
“La vida personal –señala Mounier- está ligada por naturaleza a cierto secreto. Las gentes totalmente volcadas hacia el exterior, totalmente expuestas, no tienen secreto, ni densidad, ni fondo. Se leen como un libro abierto y se agotan pronto. Al faltarles la experiencia de esta distancia profunda, ignoran el respeto al secreto”. [4]
La aspiración de ser famosos como sueño máximo, es un signo de ello. Es que ya no se trata del deseo de ser reconocido por un talento, el cultivo de de un arte o destreza; sino per se. Solía soñarse con ser un futbolista o un cantante famoso, hoy tenemos la categoría de “mediáticos”, es decir, gente que se las ingenia a través del constante escándalo para “estar” en los medios.
La sociedad técnica también llega a lo que Paula Sibilia[5] llama la “medicalización o biologización de la vida”, en donde las problemáticas que antes se consideraban de origen social, cultural o psíquico, los conflictos capaces de generar angustias, hoy se procesan como disfunciones que pueden –y deben- corregirse técnicamente. En el marco de esta cultura que reniega de las tradiciones y del propio pasado para afirmarse en un eterno presente, el del goce del instante, la depresión, la ansiedad, la apatía, el pánico y las distintas patologías posmodernas, “una vez inventando el problema, también se concibe la solución; o sea, nada que un Prozac o un Lexotanil no puedan resolver”, sostiene Sibilia.
La propuesta
Debemos hacer un esfuerzo por volver a encontrar lo extraordinario en el hombre, que es tan real como su mediocridad.
Ya Mounier decía sobre las relaciones humanas “el mundo de los otros no es un jardín de delicias”. Pero hay que volver a apostar, a confiar, a incentivar un movimiento que luche por que prime lo más noble del ser humano, en un esfuerzo en el que cada individuo debe querer ser sí mismo y no el otro. De no hacerlo nos encontramos con el sinsentido, la desesperanza, la desesperación.
No tengo tan claro en qué radica eso extraordinario, irreductible o como queramos adjetivarlo que encierra el misterio de cada ser humano, lo cierto es que se ha dado en consentir que esa es su dignidad inalienable. El creyente dirá que se explica simplemente por que somos creaturas de Dios, hijos suyos a imagen y semejanza, y para la fe no hace falta profundizar más.
En lo personal me conmueve en Jesús el valor que da a la persona y que lo vemos con el pastor que deja noventa y nueve ovejas por una perdida, o que hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve que no necesitan convertirse. Quizás en esa predilección de Dios por cada uno se funda la dignidad personal; pero en filosofía no basta y creo un rico desafío indagar en esa intuición más o menos presente en todos, de que hay dentro de cada uno –aunque más o menos sepultado de miserias- una grandeza y un proyecto por realizar.
De no ser así caeríamos desplomados, sucumbiríamos frente al primer revés que encontráramos y el suicidio sería el destino que tarde o temprano acaecería. No obstante, por más inconsciente que fuera, se avizora un sentido, se otea una plenitud como ideal más difuso que prístino, pero que está y convoca. Hay una fuerza que nos hace levantarnos todas las mañanas a desarrollar las obligaciones, obtener el sustento y pelear por una mejor calidad de vida; pero hay algo más y está detrás de esos compromisos por supuesto eminentes: es el sentido.
Lo vemos claro en biografías en las que cada encuentro, cada acontecimiento, por sencillo que fuera, va cimentando la gran historia. Es la sensación que deja el estudio de las grandes figuras de la humanidad (Gandhi, Mandela, Juan Pablo II, Teresa de Calcuta… o cada uno ponga el nombre que quiera, un estadista, un líder social, un santo) que, como si poseyeran un secreto que les diera a comprender hasta el valor del sufrimiento o el desasosiego, pues precisamente han atravesado grandes pesares, saben que sólo ellos pueden dar a este mundo eso que los distingue. Y esta perspicacia no dudo que por más oscura que la evidenciemos, está, en cada uno, de una manera tan particular como original.
Los parámetros de éxito sociales preponderan el buen pasar y el confort. Se asocia la felicidad a una aletargada comodidad y ahí entra de lleno la insatisfacción marceliana. Ocurre que uno ya no se realiza sino que queda satisfecho. De este modo personas que fueron coronadas como emblemas de ese éxito tan superficial como exasperante, despiertan, por una especie de milagro o ayudados por las “experiencias límite” de Jaspers (muerte de seres queridos, enfermedades, frustraciones, azares) a la autenticidad. La sensación de no haber vivido, o bien haber vivido la vida de otro, se produce como acto seguido.
Algunos ejemplos de nuestro tiempo despersonalizante: ejecutivos que cumplen el mandato social de alcanzar altos ingresos para poder “darle lo mejor a los hijos” y después, por las presiones y responsabilidades crecientes, no tienen tiempo para ellos; o quien empeña literalmente su vida por el trabajo para poder dedicarse el día de mañana a hacer lo que se quiere, cuando se llega a esa instancia ya no se sabe qué era lo que se quería; o bien se olvida porque debió venderse a la lógica de la ambición, entonces eso que logró ya no alcanza y se quiere cada vez más. Así, se puede vivir sin jamás responder a la originalidad inédita que en realidad somos
En cambio, el proyecto de autonomía no tiene nada que ver con el espíritu de autosuficiencia y por eso las vivencias de las situaciones límite nos ayudan a abrir los ojos a la propiedad. Nos hacen más libres porque nos descentran; se nos abre a la realidad tal cual es. Salimos de esa imagen que tenemos de nosotros mismos y que en el plano de la rutina y la repetición funciona bajo una serie de protecciones.
De esa manera podemos ir aspirando a una libertad personalista, por propia, y porque responde a esa dignidad, a ese secreto a veces audible y que viene de la humildad. De esta forma podemos entender que
“nuestra libertad es la libertad de una persona en situación. No soy libre por el mero hecho de ejercitar mi espontaneidad, me hago libre si inclino esa espontaneidad en el sentido de la liberación, es decir, de una personalización del mundo y de mi mismo. Es una libertad ordenada o invocada”.
Este es el llamado de Mounier del que hoy me hago eco y que me hace ver este Encuentro como una puerta a su realización.
[1] Marcel, Los hombres contra lo humano, Librería Hachette, Buenos Aires, 1955, p. 48
[2] Ibíd.
[3] Marías, Julián; Persona; Alianza Editorial, 1996, Madrid, España.
[4] Mounier, Emmanuel; El personalismo; EDUDEBA; Buenos Aires; 1972; p. 27
[5] Sibilia, Paula; La intimidad como espectáculo; FCE; Buenos Aires; 2009
Ayy, el problema de la libertad!! Péguy decía que la libertad no existe, que lo que hay es un proceso, liberación, cosa que entronca con la frase que incluyes de Mounier. Finalmente, de la tríada revolucionaria sólo la fraternidad es, ontológicamente hablando. La igualdad es una falsedad que se nos ha vendido para presentar un mundo enrasado y mediocre, como bien has dicho; se ha confundido con la justicia, con la de la espada, que corta con un mismo sesgo a todo cuello que se pone por delante.
Mencionaba antes a Camus; ese libro, cuyo titulo en castellano es El hombre rebelde, recorre la historia del pensamiento analizando el nihilismo, el absurdo, y sobretodo las diferencias que aprecia el autor en cuanto a revolución, rebeldía, revuelta e insurrección. Creo que para el personalismo, que busca una revolución personalista y comunitaria, es imprescindible esa matización tan sutil como importante.
Gracias por compartir el texto de tu ponencia y por traer un trocito del encuentro hasta tan lejos.
Javi:
hace poco leí un texto de McLuhan que decía que a medida que el hombre se vuelve más tecnológico más tiende a separarse del mundo en que vive., porque la sociedad de la información está reemplazando la experiencia del contacto directo con el mundo.
Aquellos que quieran darle lo mejor a sus hijos, deberán comprender que lo mejor incluye el tiempo que le brindamos, que los escuchamos, que los acompañamos, que los amamos.
El amar (como dice Fromm) requiere de tiempo y dedicación. Mientras estamos distraídos en hacer una carrera fabulosa, la vida se nos va pasando y nuestro hijos crecieron yendo a la mejor escuela, al mejor club y con todas las cosas materiales que le hemos dado.
Aquí está el error, lo primordial para todo ser humano es ser amado, escuchado, contenido, comprendido y aceptado tal cual es. Ese ser «bien» amado será un semilla de amor en el mundo, por ahí debemos empezar, por nuestra propia casa, entendiendo al que está a mi lado como mi prójimo y no como mi próximo.
Sigamos por este camino, en esta página que es una luz para aquellos que creemos en que solo el amor va a salvar al mundo-
Abrazos para todos.
Juan Carlos, interesante tu propuesta acerca del libro de Camus! Ahora, me quedó picando tu comentario sobre la libertad, que decís que para Peguy no existe, sino como proceso… ¿Podías ahondar un poco más en el tema?
Es bueno que las cosas «queden picando» y se les dé respuesta. Quizás sería bueno leer la conferencia completa de Péguy. La estoy subiendo completa a la web http://www.charles-peguy.org para que pueda leerse en castellano, y allí doy la referencia para encontrarla en francés.
Pero para responder acá a tu picazón, bueno es traer este párrafo de dicha conferencia:
«La autoridad, el ejercicio de la autoridad es el ejercicio moral que va de una persona moral a otra persona moral, de una persona social otra persona social. Para que haya libertad, es necesario que no hubiera autoridad. Pero se presentan dos cuestiones inmediatamente para que no haya autoridad. La primera es que haya vida social, es que haya comunicación social y que sin embargo esta comunicación social, en tanto que posible, se haga sin que haya autoridad. La otra manera sería, y es una gran tentación, suprimir la comunicación social para que así acabe al mismo tiempo la autoridad que provoca esta comunicación.»
Péguy reflexiona sobre los tipos de autoridad (de competencia y de mandato, para él, durante las páginas anteriores a este párrafo), el sentido de autoridad etimológicamente, así como qué cosa son la comunicación y el movimiento social, por lo que puede ser difícil captar con exactitud sin leerlo todo, pero creo que puede servir.
La cuestión es que él no cree en la ausencia total de autoridad, principalmente de la de competencia (en el sentido de ser competente). La libertad se entendería siempre como proceso, como acción, como liberación. La otra opción, la de la supresión de la comunicación social, la de la individuación, es la escogida por la Ilustración, por el siglo de las luces, siendo restituida por un contrato que garantice la libertad; y esa es una de sus mayores críticas a la Modernidad, el aislamiento de la persona.
Y para que pique otro poco, dejo este otro trocito:
«El problema que se presenta entonces ( y todo lo que nosotros podemos hacer hoy es presentar los datos de este problema) es este. Siendo que hay de una parte comunicación social, que entendemos como sacrificar lo menos posible y de otra parte una libertad que entendemos como no sacrificar nada, ¿cómo hacemos para que esto marche?.»
«Es probable que no se consiga por alguna maravillosa constitución sino por una organización paciente del trabajo, de la economía, de los talleres, de la producción, del consumo, y simultanea e incluso previamente, por una educación moral y económica de los trabajadores de todo tipo, sobre todo de los ociosos que es necesario convertir en trabajadores.»
¿No es esto anarquismo en estado puro?
Muy interesantes este blog además de cumplir una importante labor en la sociedad «adormilada» por los placebos de la felicidad: Los artículos de consumo que han escalvizado nuestra visión del mundo a la materia.
Con el permiso correspondiente quisiera agregar el link a mi propio blog donde expongo una filosofía de vida y un estímulo a las respuestas lógicas respecto al papel del ser humano y su identidad última.
Saludos afectuosos y espero comunicación fluida.
Propongo la discusión respecto al siguiente tema hiperactual:
Célula artificial inventada, el vaticano apavorado, otros escépticos relativizan el logro mientras que Integracionismo opina aquí
http://danielstack.wordpress.com/2010/05/22/celula-artificial/
Javier, realmente me pareció muy contundente tu ponencia. La leí encontrándome con varios de mis pensamientos impresos en ella y considero que la propuesta que se desarrolla es a lo que debería aspirar el hombre, pero, como mencionás, el hombre está cubierto de esa gran mediocridad, de ese sinsentido que es el «pasar los días con vida» y que no es precisamente vivir, y por ello cuesta bastante que las personas se despeguen de ese conformismo. Por lo menos me queda la exquisita sensación de que no es algo general e irrecuperable de la sociedad porque todavía queda gente que apunta a lo «extraordinario» desde su lugar, desde lugares tan diversos que van desde la solidaridad hasta conocimiento, y sobre todo éste último, tan menospreciado por la sociedad y el que acarrea (me atrevo a decir) toda la mediocridad del hombre de hoy. Espero seguir leyendo este tipo de trabajos por acá, muestra de que hay personas que no viven plenamente de la banalidad y de que las redes sociales no son sólo para la distensión ociosa del hombre, sino que sirven para formar puentes de conocimiento si son bien usadas. Un abrazo.