El siguiente texto es una reflexión en torno al personalismo, como vivencia profunda de conversión. Conversión a la persona humana al asumir al otro como alguien a quien no puedo avasallar, mas no desde el discurso de un mandato ético, sino como una imposibilidad existencial. Este “despertar a la persona”, al entenderla como una dignidad, compromete mi modo de relacionarme con los demás al punto de que la orientación que yo pueda tener hacia mis semejantes ya no trata de cierta clase de altruismo, sino de una disposición que no puedo sortear más que traicionándome en el seno de mi intimidad
*Ponencia de Javier García Moritán en la conferencia «El personalismo comunitario. Una alternativa de transformación para nuestro tiempo» dada en Buenos Aires el 22 de octubre de 2010 junto a Inés Riego de Moine.
Una segunda conversión
Mucho tiempo después de reconocerme tal, me di cuenta que era personalista. Tras mi etapa de conversión religiosa, vino una nueva conversión, esta vez filosófica. Muy probablemente las inclinaciones que me llevaron a Dios en su momento sean las mismas que hoy me hacen un apasionado de un pensamiento, una corriente y una perspectiva de realización, que no elude las grandes preguntas: la búsqueda del sentido, el ser, quién soy, etc., aunque desde un terreno con menos certezas, menos pretensiones de absoluto, o en otras palabras, más cerca de la intuición que del dogma.
Ahora, si mi experiencia de conversión religiosa fue a Dios, mi conversión filosófica fue hacia la persona. Entendí que persona se es por ser humano, pero también, y de un modo misterioso, hay que hacerse persona y sobre esto intentaremos reflexionar en las siguientes líneas: me refiero a la lógica de la persona (si es que exista tal cosa), en cuanto en mi propia experiencia puedo reconocerme más cerca o más lejos de este modo de ser. En otros términos, podría hablarse de niveles de humanización, mas no ya desde un dedo acusador que pretenda juzgar lo que en rigor escapa a todo juicio, pues la fuente de dicha humanización proviene de la interioridad que en definitiva es un secreto. Ese núcleo íntimo es manantial de la propia valorización y de la de quienes me rodeen. Pues como dijimos, si bien es cierto que todos somos personas desde la concepción, me apoyo en la apreciación de algunos maestros que indican que uno, al mismo tiempo, es pasible de personalizarse o bien de alcanzar la propia realización al llegar a ser quien se tenía que ser. La otra opción es la del extravío, la dispersión y la pérdida del sí mismo.
Acto y potencia
La mejor manera que encuentro de explicar esta ambivalencia o aparente contradicción, es a través de los conceptos de acto y potencia. Acto y potencia expresa la forma dinámica de una realidad, por la cual puedo alcanzar la mejor versión de mí mismo[1]. De esta manera, así como a una semilla podemos verla lisa y llanamente como semilla, también podemos concebirla como un árbol en potencia. Y en la vida del ser humano, futurizo -tal como lo llamó Ortega y Gasset-, lo que voy a ser (o quién voy a ser diría Julián Marías) constituye la constante para preguntarme sobre mi existencia. Esta inclinación hacia el futuro me permite comprender que si bien en cierto modo soy biográfico, en tanto puede definirse a una persona por los acontecimientos por los que ha transitado, también y con una radicalidad decisiva soy quien puedo llegar a ser. Este pensamiento que se resiste a reducir el ser a hechos, pues su modo de existencia se rebela a lo fáctico, por exceso, también comprende que no llevar al acto la potencia, es la mayor de las tristezas. Me refiero a la amargura por lo que pudo haber sido, lo que debió haber sido y no fue.
Y aquí un descubrimiento inicial: todos estamos llamados a algo grande, a una realización inédita. Lo que ocurre y es motivo de angustia en el individuo es cuando se es pura potencia y en lo concreto de su biografía ninguna actualización. Más grave es cuando ni siquiera oteamos esa realidad que nos define y una falsa humildad nos vuelve sujetos mediocres o distraídos en una superficie que habilita a un paso por el mundo sin pena ni gloria, pero no ya ante los ojos de los demás, sino para uno mismo. Esa mirada de la potencia también es la que nos hace responsables del otro, en tanto cada uno puede contribuir a hacer brotar lo mejor del otro, lo auténtico de esa existencia. La educación es el ejemplo primordial (y pienso en su rol de despertar vocaciones), pero también lo son nuestros vínculos familiares, sociales o de amistad. Tan sencillo como podemos colaborar para que nuestro prójimo encuentre en sí mismo su mejor exégesis, también podemos contribuir a cercenar para siempre esa capacidad de ser, al desconfiar del otro, al no aguardar en él, al abandonarlo, al no perdonarlo.
Camino hacia la vida personal
“El peligro del hombre es que esté seguro de sí mismo, como si él fuera ya lo que puede ser”[2], dice Jaspers, y con él comprendí que hay múltiples manera de vivir la vida, pero que se sintetizan fundamentalmente en dos: vivir la propia vida o vivir la de los demás. Es decir, el sólo advertir esta posibilidad lleva a un despertar, que quizás se da cuando logramos sortear lo maquínico para encontrarnos en la unicidad, la singularidad. Sin dudas que tal experiencia produce vértigo, pero ofrece al mismo tiempo el sabor de un sentir original; y que suele mantenerse oculto, acallado por la rutina, el mandato, la tradición y el deber ser, lo que se espera de nosotros y lo que nosotros esperamos de nosotros mismos.
Aturdidos por tanta presión, nos perdemos, olvidamos la radicalidad de la propia potencia y nos comparamos con el otro. De este modo tendemos a copiar modelos y perseguir el éxito, repitiendo recetas, actuando según manuales y volviéndonos sin darnos cuenta, cosas, productos de mercado. Es que en ese olvido de la originalidad, perdemos todo brillo y terminamos siendo algo estandarizado que se acomoda en mejor o peor medida a un funcionamiento. Así de golpe y sin saber cómo, cerramos el sentido existencial en los libros de management.
Y en este punto, no tengo nada en contra de lo corporativo, de hecho trabajo en una multinacional, pero no podemos permitir que el modelo de éxito de mercado nos imponga el modo personal de realización, pues vamos a haber depuesto una riqueza que trasciende con creces nuestro mejor desempeño posible en ese ámbito. En fin, no deseo contraponer persona y empresa, sino compartir mi sensación de que la lógica empresarial o de mercado es distinta a la de la persona, y muchas veces la urgencia corporativa puede llevarse nuestra vida personal.
Ahora, el ser consciente del extravío nos catapulta a la existencia, despertando a la vida personal, personal por ser la de uno, privada, y también por el modo de ser que implica ser persona.
Gabriel Marcel y el ser que no es un repertorio
Esto último se plantea Gabriel Marcel al preguntarse sobre quién somos. En su “Diario metafísico”[3] apuntaba unas reflexiones pausadas y profundas, como resultado de la inspiración que iba teniendo día a día al escudriñar la realidad. En cierto momento llega a un postulado, quizás no tan contundente como el cogito ergo sum cartesiano, pero probablemente más certero. Dice Marcel “somos aquello que no es un repertorio”, es decir, eso que fácilmente decimos de nosotros mismos o aquello que podemos decir de los demás, no somos. Sea un curriculum vitae o el perfil de linkedin o facebook (para poner un ejemplo más contemporáneo). Tampoco somos nuestra profesión, ni el hobby que tenemos, o los gustos que nos describen. Es verdad que todo eso dirá algo sobre nosotros y quizás algo relevante, no obstante Marcel, como si hubiera encontrado ese pilar existencial insiste: “somos lo que no es un repertorio”. Y es que cuando nos creemos el repertorio con el que nos presentamos o sobre el que hemos construido nuestra identidad, eso según lo cual también los demás -en el mejor de los casos- nos consideran, “se trata de mí y no me daba cuenta”, concluye Marcel.
Es que resulta natural que nos instalemos sobre un conjunto de cualidades que nos exponen a los demás como diferenciales. Esas cualidades incluso vienen a ser imprescindibles a la hora de buscar un trabajo, por ejemplo, o en otro plano, cuando queremos conquistar a una mujer, va a haber todo un repertorio de anécdotas, conocimientos, atributos a fin de cuentas, que desplegaremos al mostrarnos. El punto es que por más auténtico que sea tal repertorio, lo que yo soy en rigor, escapa, excede a todas esas características.
Asimismo Marcel introduce al nosotros, que también aborda Martin Buber. Lo hace a partir de su experiencia leyendo la carta de un amigo, con distinta información, que viajó a tal lado, que conoció tal otro, etc. Hasta que de pronto arriba al motivo central por el que le escribía. Le dice “querido amigo, estoy perdido”. Como quiero a mi amigo -parafraseo a Marcel-, esa expresión me saca de la información; y por esa suerte de milagro, entro a un nosotros, en donde el yo y el tú ya no son la adición de uno a otro, sino, una palabra básica, que son dos, pero que en la lógica de la persona es una: yo-tú, yo y tú. Es la emoción la que nos despierta a este sentir.
El amor como único conocimiento real
De aquí que sólo el amor es un conocimiento real. Y digo conocimiento haciéndome cargo de su significación tras siglos de herencia racionalista en donde inmediatamente su entendimiento alude al método científico. Por tanto, conocimiento, viene a ser según la ciencia ese saber híper verificado en la experiencia, y que como interpretación de la realidad sin dudas es una de las cumbres más altas a las que ha ascendido el hombre, sin embargo poco sabe acerca de los móviles más hondos de la existencia humana. Seguramente tendrá explicaciones, estadísticas, provenientes de la repetición de ciertos sucesos que permitirán comprender determinadas conductas o parametrizar ciertas reacciones, mas siempre ese conocimiento será algo técnico.
Ahora, Marcel asevera que sólo el amor es un conocimiento real, conocimiento que rompe la división, la permanente dualidad hegemónica de nuestro tiempo. Es esta superación de la técnica la que nos permite comprender por qué el amor que nos toca en nuestras fibras íntimas se nos hace imposible de definir. Es precisamente porque se sale del repertorio. Mi hijo entraña una de las vivencias más reales que pueda tener y sin embargo no puedo describir. Es que cuando hay amor veo al otro como un todo, como un tú, y no como un conjunto de predicados, puro repertorio, en donde no me encuentro involucrado, o mejor dicho, no me encuentro. Descripciones, cualidades, hasta virtudes, brotan fácilmente de nosotros respecto a otro cuando no se lo ama. “Si te amo por tu profunda inteligencia te estoy rebajando”, sostiene Carlos Díaz en línea con Marcel: “El ser a quien yo amo, no tiene cualidades para mí”.
Salvando las distancias y recurriendo a una analogía para comprender el significado de esta emoción (que es mucho más que cualquier sentimentalismo), puede analizarse la experiencia estética, cuando una obra, un paisaje, un acontecer, en su contemplación, nos conecta con lo mejor de nosotros, alcanzándonos y conmoviéndonos. Allí, donde no hay provecho o utilidad, sin embargo, se trata se escenarios tan reales o más que nuestra propia vida.
“Lo que hay de más profundo en mí se sustrae a cualquier predicado. Eso que se sustrae es la dignidad. Cuanto más un ser sea tú para mí, menos siento la tentación de confundirlo con su tarea”, sostiene Marcel y me recuerda a un compañero de trabajo que tenía la costumbre de preguntar sobre alguien nuevo que descubría en la compañía “¿es operativo, no?”, reemplazando la pregunta clásica de “¿es buen tipo, no?”, pero ahora en el plano de la utilidad y más: si me es de utilidad. Esta puede ser una buena instancia de autodiagnóstico para ver si estoy confundiendo al otro con su tarea, saber si lo estoy considerando como persona, es decir como un quién, o como algo que me sirve o puede darme placer. Pues si nos convencemos de que hay una lógica de la persona, un individuo jamás podrá ser de utilidad, en todo caso aportará valor.
Conclusión
Hemos intentado acercarnos a comprender que ser persona constituye una maravillosa aventura por realizar, que si bien su esencia es inmutable y allí radica su dignidad, hay un desafío en cada uno por llevar al acto su potencia. Escribe Buber, “el fundamento de la coexistencia entre humanos es uno y doble a la vez: el deseo que cada uno tiene de ser confirmado por otro como lo que es y como lo que puede llegar a ser, y la capacidad innata que posee de confirmar precisamente así a sus congéneres”.
Y con Marcel navegamos esa metafísica antropológica llegando no tanto a resultados irrefutables sino a buenos puntos de partida. Saber que el repertorio en el que cómodamente descansamos es sólo una forma de darnos a conocer y no mucho más que eso, invita a prestar más atención a la interioridad y a mirar nuestros vínculos con otros ojos. A veces, lo más corriente esconde la mayor de las sabidurías, es decir, el darnos cuenta de que cuando amamos a alguien no lo hacemos deteniéndonos en su particularidad (una madre no ama a su hijo por algún talento, simplemente lo ama), pues quien ama, ama a la totalidad de la persona. Por eso es que sólo bajo la mirada amorosa, que espera, que da crédito y alienta, puedo dar paso a mis virtualidades y confiar en un proyecto de propia realización. “Soy amado luego existo”, señala Carlos Díaz.
Ahora es cada uno quien debe responderse cómo sigue la historia en sentido positivo y qué significa ser una dignidad, pues Marcel ha ayudado a entender qué cosa no somos. Lo que estoy seguro es que percibir la alienación cotidiana que inconscientemente va haciéndonos piezas de un engranaje que no controlamos, es un buen camino al despertar personal, y una vez abiertos los ojos, vislumbrar al amor como sentido profundo y camino de fecundidad.
“Cuando un hombre ha sido realmente despertado en el sentido del ser o de la existencia, y cuando llega a ver intuitivamente la oscura y viviente profundidad del yo y la subjetividad, experimenta, en virtud del dinamismo interno y de esa intuición, que el amor no es un placer transitorio o una emoción más o menos intensa, sino que es la tendencia radical y la razón fundamental, inscrita en su corazón, por la cual vivir”[4]. (Jacques Maritain)
[1] Según Edith Stein “lo que hace un hombre es la realización de lo que puede hacer; y lo que puede es la expresión de lo que es: en el hecho de que sus facultades se actualicen en su acción, su esencia llega al desarrollo más extenso del ser”. Stein, E.: Ser finito y ser eterno. FCE, México, 1994.
[2] Jaspers, K.: La fe filosófica. Losada, Buenos Aires, 2003.
[3] Marcel, G.: Diario metafísico. Losada, Buenos Aires, 1956.
[4] Maritain, J.: Breve tratado acerca de la existencia y de lo existente. Club de Lectores, Buenos Aires, p.107.
Puede que esto suene hostil, lo cual no es mi intención, pero no veo otra forma de decirlo. La idea de que la persona es «lo que no es un repertorio» parece filosóficamente cobarde. Arriesga demasiado poco, no toma la iniciativa de decir lo que la persona sí es. Hay tal diversidad de opiniones al respecto, que comprendo la dificultad de afirmar que algo sí es la respuesta a la pregunta de lo que la persona es. Pero simplemente declarar que la persona es lo no concreto, aquello que no se puede enunciar, destruye la posibilidad de tener conocimiento acerca del tema, de encontrar una respuesta a la pregunta.
Como comentario aparte, no termino de entender como el hecho de que que un conocimiento sea técnico es de alguna manera algo no deseable. Si algo puede decirse acerca del conocimiento técnico, es que es más útil y más confiable que cualquier otro tipo.
¿Porqué «aprehender» la esencia humana rotulando, etiquetando desde un ego colectivo, que sabe y controla todo?.
¿Porqué no despojarnos de tanto convencionalismo?. Entiendo que la concepción de persona, a la que intenta aproximarse el autor, describe su dignidad en tanto ser amado, y apartir de esa perspectiva le otorga una dimensión que la eleva y enaltece, como una «creatura» destinada a su plenitud con el otro.
Renegar del repertorio nos invita una visión distinta, y no menos realista, de lo que en verdad somos. Es jugada tu apuesta Javier, y como tal vale e interpela. Te felicito por la ponencia, nunca dejes de escribir con esa pluma dual (mente y alma en buen estado) . Nos ayudás a pensar.
gracias
Pedro Carril
Sigma, me alegro por tu comentario dado que vas directamente al centro de la cuestión. Ahora, me parece que en lo que decís das con la respuesta: hablás de lo «técnico» como «algo útil» y es exactamente lo que yo digo, con la aclaración de que la técnica se ubica en el plano del «hacer» y la persona en el del «ser». Por eso creo que el aporte de Marcel es muy importante a este respecto, porque en tiempos como el actual se tiende a confundir la persona con su tarea.
Después yo no digo que la persona es lo «no concreto», como indicás, en absoluto, sólo que existe un riesgo y es creer que uno ya es todo lo que puede ser. Es una cuestión de perspectiva, vos podés considerar al hombre exclusivamente desde lo biográfico, fáctico: una persona es la concatenación de hechos por los que ha transitado; o tener una mirada más amplia y comprender que también un hombre es lo que puede ser, ya que eso que puede, define quien es.
Por último me extraña que esperes una definición de persona tipo manual. Por lo menos no es lo que a mí me interesa de la filosofía y por otro lado, si existiera una definición acabada sobre la complejidad que implica ser personas, probablemente no habría demasiado por ahondar, no tendría ningún significado el conocimiento de uno mismo y hasta la psicología sería un poco absurda.
Javier,
como diría Guardini cuando habla de la persona, en el momento donde experimentamos al otro como un TU, es decir como un otro YO, es donde se hace patente la imposibilidad de avasallar, alienar o cosificar.
Muchas veces sostenemos desde la filosofía que es menester definir para «delimitar», «poner fin», «aprehender la esencia». Si bien definir ayuda mucho a la comprensión, también debemos poseer la humildad de reconocer lo inefable, es decir aquello para lo que las palabras huelgan, quedan escasas y son pobres. Hablar de la persona humana es hablar de una realidad tan rica, tan multifacética, que hasta la más exacta de las definiciones comprendería mucho y explicaría poco.
Aquí creo cabe el conocimiento por connaturalidad, que permite comprender y reconocer al otro como persona mediante la intuición y la comprensión del propio ser personal.
¡¡¡COMO ME ENCANTARÍA!!! PODER COMENTAR TU CONFERENCIA EN PERSONA, ANTE LA IMPOSIBILIDAD LO HAGO AQUÍ. ¿ME AGUNTAS? BUENO EMPIEZO POR EL PARRAFO DE EDITH STEIN, YO PIENSO QUE TAMBIÉN ES PERSONA LA QUE NO PUEDE HACER NADA Y YASE EN CAMA ENFERMA COMO UN COSTAL DE PAPAS, IMPOSIBILITADA PARA VALERSE POR ELLA MISMA. AUNQUE NO TENGA NINGUNA ACTIVIDAD Y QUIZÁ YA NO SEA CAPÁZ DE DAR NI SIQUIERA AMOR NI DE AGRADECER EL QUE SE LE DA. (ESPERO NO HABER ENTENDIDO MAL).
EL AMOR IDEALIZADO QUE DESCRIBES EN TU CONFERENCIA SIN ESPERAR NADA, NI AMAR PORQUE RECIBO ALGO DEL OTRO, ESE TIPO DE AMOR PURO, INCONDICIONAL, ILIMITADO ES QUE SOLO DA DIOS A SUS CRIATURAS, PORQUE NOS AMA SIN ESPERAR A QUE SEAMOS BUENOS, ANTES DE SERLO YA NOS AMA.
BUBER Y MARCEL (TIENEN LOS MISMOS CONCEPTOS SOBRE EL OTRO???) NO LO RECUERDO, PERO PIENSO QUE VECES ES MUY DIFICIL (POR MÁS BUENA VOLUNTAD QUE TENGAS CON EL OTRO) DE QUE SE ESTÉ EN SINTONÍA, PUES PIENSO QUE MUCHAS VECES EL OTRO NO ESTÁ EN TU ÓRBITA, (PERSONALISTA), SINO QUE ESTÁ EN LA ÓRBITA DEL PROPIO PROVECHO Y BENEFICIO…
SIENTO QUE ES DIFICIL VIVIR LO QUE MARCEL Y BUBER PREDICAN, ES BELLO PERO DIFICIL, AUN EN LA FAMILIA.
RESPECTO A LA CONVERSION QUE TUVISTE Y OJALÁ TODOS TUVIÉRAMOS, TE PREGUNTO: ¿YA CONOCES A EDUARDO VERÁSTEGUI? ES UN ACTOR MEXICANO QUE ACCEDIO A HOLLIWOOD Y TUVO UNA CONVERSIÓN AL ESTILO DE SAN AGUSTÍN, AHORA TIENE INSTITUTO BÍBLICO PARA ACTORES EN HOLLIWOOD.
BUENO SIGAMOS CON EL AFAN DE DIFUNDIR EL PERSONALISMO. ES UNA EMPRESA QUE VALE LA PENA, DE ESO ESTOY TOTALMENTE CONVENCIDA. RECIBE UN ABRAZO. ELISA.