Días pasados publicábamos en este sitio[1] un análisis a la perspectiva de Gabriel Marcel acerca de que “somos lo que no es un repertorio”, en tanto tendemos a creernos que el rol que cumplimos en la sociedad o la manera en que los otros pueden vernos constituye nuestra identidad. Decíamos con Marcel que cuando abandonamos una búsqueda más profunda de quiénes somos y nos contentamos con ese “perfil” que tenemos en tal o cual ámbito, “se trataba de mí y no me daba cuenta”.
Asimismo Marcel nos ayudaba a comprender que existe un tipo de conocimiento más real incluso que el científico, por más subjetivo que fuere y que está alumbrado por el amor. Sucede que desde esa disposición experimentamos en carne propia los acontecimientos más relevantes de nuestra vida, y que por una imposibilidad constitutiva no podemos poner en palabras, a menos que dejemos escapar lo verdaderamente significativo de esas vivencias. De ahí que “el ser a quien yo amo no tiene cualidades para mí”, pues entro en la lógica más elevada de ser persona y accedo a ver al otro como un tú, como un todo, y no como la suma de sus partes. A través de esta lógica damos paso a relaciones auténticas entre personas y no instrumentales o interesadas.
Seguramente Jean-Paul Sartre no compartiera estas conclusiones o al menos el tenor llamémosle, espiritual, de estas consideraciones, pero Sartre y Marcel como dos caras de una misma moneda que es el existencialismo, coinciden notoriamente en cuestiones que son centrales a nuestro análisis.
Sartre concibe al hombre como el ser en el cual la existencia precede a la esencia[2]. Esto significa en palabras del propio Sartre “que el hombre existe primero, que surge en el mundo y se define después”[3]. Del mismo modo sostiene que no hay naturaleza humana, puesto que no hay un Dios para concebirla, sino que el hombre como ser arrojado a la existencia debe hacerse o inventarse a sí mismo.
Vale mencionar a este punto que el pensamiento sartreano es bastante disímil al que desde Acto y Potencia promovemos, no obstante es tan eminente la filosofía, que a pesar de las diferencias se yerguen puentes de connivencia, entre vastísimos autores, que auspician la propia búsqueda existencial y regocijan a quienes deambulan sus prerrogativas.
Hacia allí apuntaremos a continuación al ver como Sartre coincide con Marcel y la inclinación personalista en la necesidad de despojarnos de rótulos para comprender nuestro ser. El abordaje sartreano a propósito de esto proviene de su crítica del antisemitismo y su inquietud tras la Segunda Guerra Mundial de que en los países que combatieron al nazismo -particularmente Francia-, no se mostraban efusivos ante el retorno de los judíos que lograron sobrevivir a los campos de concentración. Acerca de dicho regreso describe Sartre que no sólo no hubo una calurosa bienvenida sino que la indiferencia fue la actitud que prevaleció. De allí que alude al antisemita como un hombre cobarde existencialmente, que no se hace responsable de su destino, de su libertad, de su tarea por hacerse y trata de sacarse de encima esa penosa obligación. “Es un hombre que tiene miedo. No de los judíos, por supuesto, sino de sí mismo, de su conciencia, de su libertad, de sus instintos, de sus responsabilidades, de su soledad, del cambio en la sociedad y en el mundo. De todo salvo de los judíos”[4]. A fin de cuentas para el antisemita los judíos son solo un pretexto.
¿Qué tiene que ver esto con Marcel y la coincidencia en que el hombre es lo que no es un repertorio? Para Sartre, el pensamiento que da origen al odio judío procede de la idea de que existe una identidad preestablecida, dada de antemano, una naturaleza que, en definitiva, divide a la humanidad entre superiores e inferiores. Y que no sólo se advierte en la creencia de una raza aria que debe predominar por sobre el resto, sino también en cuestiones mucho más sutiles como ser ciertos elementos de la tradición, el apellido o la clase social. Dichas referencias (repertorios), en su adscripción identitaria, llevan a ciertos individuos a eludir su libertad o en otras palabras, su responsabilidad por elegir una existencia propia. Como no lo hacen, es decir, como no se atreven a enfrentar su libertad, se montan sobre una ficción resentida e impotente.
Para el autor de La náusea, ésta sería la extraña manera en que el antisemita da sentido a su vida, es decir construyendo un sentido vuelto hacia afuera que no expresa más que el vacío real de haberse perdido de vista a sí mismo. Pues para Sartre el hombre en vez de recibir su vida determinada por el orden de las cosas, tiene el poder de darle forma y “ésa es su grandeza y ésa es su dignidad”.
Con una precisión esclarecedora asevera en relación a esto Alain Finkielkraut: “Que los hombres sean primero hombres y sólo después miembros de una casta o titulares de una genealogía significa que ya no pertenecen a su pertenencia. Esta irreductibilidad del individuo a su rango, a su estatuto, a su comunidad, a su nación, a su extracción o a su linaje es su libertad”[5].
Y ya en tono de parodia llama Sartre “comedia del ser” a la ficción del individuo que confunde su ser con su función social. Dice “¿A qué juega ese camarero ‘cuando se acerca a la mesa con un andar un poco demasiado rápido’, cuando ‘se inclina de una manera un poco demasiado atenta’ y cuando manifiesta ‘un interés un poco demasiado solícito por lo que pide el cliente’. Sencillamente: ‘juega a ser camarero’”[6] Del mismo modo explica que con los otros oficios o profesiones ocurre lo mismo. “Toda función social es también una ficción social”, dice Sartre.
A fin de cuentas para este autor no existe algo así como una vocación o una misión existencial, sino que uno se inventa lo que quiere ser y en eso radica su libertad, pues no hay nada por ser descubierto o develado. Y por más que no se comparta esta posición, toda su descripción del problema comienza al echar por tierra esa creencia inamovible de esos sujetos que confunden su vida con su tarea, con lo que tienen o con su origen y creen que eso les da derechos o los posiciona en determinado orden de poder. Poner al hombre de frente a su propia realidad, realidad a ser construida para Sartre, sin que esto implique proyectar su miseria en los otros haciéndolos culpables de la propia necedad, es un camino más que valioso hacia esa singularidad que tanto proclamamos desde este humilde espacio.
[1] “Despertar a la vida de la persona”, texto de la conferencia de personalismo realizada el pasado 22 de octubre en Buenos Aires http://www.actoypotencia.com.ar/2010/11/despertar-a-la-logica-de-la-persona/
[2] Noción que estaría más cerca de Mounier que de Maritain si tomamos en cuenta el análisis que realizamos sobre las dos metafísicas del personalismo, en donde Maritain se ubica más cerca del ser y Mounier del devenir. http://www.actoypotencia.com.ar/2010/09/maritain-%e2%80%93-mounier-metafisica-del-ser-y-metafisica-del-devenir/
[3] Sartre, J. P.; El Existencialismo es un humanismo, Edhasa, Barcelona, 1991.
[4] Sartre, J. P.; Réflexions sur la question juive; Gallimard; col. “Folio Essais”; 1985.
[5] Finkielkraut, A.; La humanidad perdida; Anagrama; Barcelona; 1998
[6] Sartre, J. P.; El ser y la nada; Alianza; Madrid; 1984
Me parece muy interesante unir el pensamiento de autores tan diversos. Como bien señalás, lejos están el uno del otro, pero muchas veces, algunas observaciones de algunos filósofos, quitadas de su núcleo e incertadas en otro, pueden funcionar como una especie de «lupa» que nos permite ver elementos ocultos a simple vista.
Interesante
Laura, gracias por tu comentario. Te felicito nuevamente por el espacio que has creado y aprovecho a recomendar la Revista «Esperanza en Contexto» http://www.e-contexto.com.ar, un sitio que apunta a la transformación de la sociedad desde el espíritu personalista de Jacques Maritain. ¡Excelente!