Conocida como comunicación existencial u ontológica, nos referimos a la dimensión de la comunicación más propiamente humana. Al tiempo en que la sociedad funciona por la información -pues todo es flujo de información-, la comunicación ontológica tiene mucho que decir en tanto se ocupa del sentido y ofrece una mirada que va más allá del mero intercambio de significados, hacia una concepción que promueve la realización personal por y en la comunicación. “Filosofía de la comunicación en tiempos digitales” [1] es la obra de Mariano Ure de la que nos servimos para encarar esta reflexión. El autor, argentino, doctor en Filosofía por la Universidad de Pisa, ilumina el fenómeno de la comunicación desde el pensamiento, rescatándola de un ciego pragmatismo y orientándola a su origen, a su razón de ser, en donde además de significar, de lo que se trata es de entregar el ser.
Como graduado de la carrera de ciencias de la comunicación de la UBA me he encontrado innumerables veces discutiendo con colegas de esa universidad y de otras acerca de qué es la comunicación, y dado que el perfil profesional que ofrecen las distintas casas de estudio es tan disímil, parecería una complicada tarea encontrar consenso. Por ejemplo, en ciertas universidades privadas la comunicación viene a ser un eslabón del marketing, entendida ésta como disciplina madre, y en cambio en las universidades públicas, ni siquiera existe la carrera de marketing por no considerarse más que una técnica. Para esta última concepción, no hay ninguna ciencia que sostenga sus postulados y no se trataría más que de un saber práctico enfocado en cómo crear necesidades a potenciales consumidores. Es que sin el mercado, es decir el gran escenario de compra y venta de bienes y servicios, el marketing no tiene ningún fundamento. Ahora desde el pragmatismo de un capitalismo de sesgo individualista, el mercado lo es todo, con lo cual y en definitiva, todo dependerá desde el lugar en que uno se pare para ver la realidad.
En este sentido y con la intención de desplegar un pensamiento crítico, intentaremos expresar una visión integral y que aspiramos también sea original, es decir, que aporte valor a la discusión sobre la comunicación. Con la expectativa de abrir horizontes que trasciendan el ámbito de desempeño de comunicadores profesionales, nos ocuparemos de esa intuición tan presente hoy en día, de que en las relaciones sociales (sean laborales, familiares o de amistad), todos los problemas, en definitiva, son problemas de comunicación. Y no creo que haya una sobreestimación acerca de este fenómeno por parte del común de las personas, por el contrario, me inclino a pensar que la disciplina aún no está al nivel de esa intuición popular que halla en el mal uso de la comunicación la fuente de todo conflicto. Ahora, habrá que ver si entendemos la comunicación en un sentido meramente instrumental o si también la concebimos como el gran acontecimiento que estructura la sociedad y las relaciones humanas en su seno.
Ante la pregunta por la comunicación Mariano Ure señala en primera instancia -y siguiendo a Morris-, que indudablemente es el proceso de emisión y recepción de significados (la semiosis) que requiere tanto al comunicador como al comunicatario y al vehículo sígnico; pero también –y ahora junto a Buber-, agrega, es el proceso de intercambio de dones personales en el que los interlocutores desnudan su interioridad, que excede el plano de la significación. “Tanto el intercambio de contenidos como el de lo no-contenido (el ser) son comunicación desde todo punto de vista”[2], define Ure.
Digámoslo de una vez: hay tres dimensiones de la comunicación, de las cuales las primeras dos serían con las que uno identificaría el campo de desempeño profesional-cientificista y una tercera, nutrida por la filosofía -a veces olvidada o sencillamente desconocida-, que es la que aporta el modo esencialmente humano. El primer nivel, según lo analiza Ure, es el lingüístico o informacional, que aspira al entendimiento; el segundo es el pragmático, que tiene como meta la eficacia (que el mensaje además de ser inteligible pueda influir en el comportamiento del receptor); y el tercero, el onto-relacional, de carácter dialógico, cuya potencialidad es la adquisición de un plus ontológico por parte de los interlocutores. Si los primeros dos son de carácter más instrumental o técnico, en el onto-relacional, “los hablantes, una vez terminado el diálogo ya no son los mismos; salen de él transfigurados, reconvertidos ontológicamente”[3]. Referentes como Martin Buber, Gabriel Marcel, Karl Jaspers, Nikolai Berdaiev, Martin Heidegger, Hans-Georg Gadamer, Paul Ricoeur, Luigi Pareyson y Emmanuel Lévinas “dejan ver en sus filosofías una concepción de la comunicación que trasciende el mero intercambio de significados, para instalarse en una dimensión en la que las personas comprometen su propia existencia”[4].
Asimismo, la diferencia radical entre la tradición analítica y la existencialista, en palabras de Ure, es que mientras la primera (lingüística y socio-relacional) se esfuerza por dilucidar las reglas de juego para el uso del lenguaje y los mecanismos de fijación de los significados, con lo cual se evitarían los malentendidos, la segunda trata de explorar entre las distintas posibilidades de ser-en-el-mundo cuál es aquella que consiente la realización de ‘sí mismo’.
Esta mirada o dimensión existencial de la comunicación asume el límite que encuentra el lenguaje a la hora de expresar lo inefable, es más, para la pregunta por el ser o bien para el conocimiento de uno mismo, lo sígnico termina siendo obstáculo, puesto que la realidad y la realidad humana específicamente, trasciende al lenguaje como medio expresivo. A partir de aquí, esta forma de comunicación más que un contenido puntual (una información) que circula entre los hablantes, lo que se comparte, es el propio ser o la interdonación, en términos de Marcel. Y esto es posible sólo cuando accedemos a ver al otro en calidad de tú y no de ello, es decir, como una persona digna y aceptándola tal cual es. Esto ocurre cuando dejamos de ver al otro como un medio para un fin (como un ello) al que objetivamos y reducimos. Pues más allá de lo romántico que pudiera parecer el pensamiento de Buber -para quien el yo tiene sólo dos maneras de relacionarse, yo-tú o yo-ello, a fin de cuentas, sólo quedan dos maneras de ser: la que se involucra con un tú o la que se repliega sobre sí mismo[5].
De este modo Ure define a la comunicación existencial como encuentro. Y a diferencia de atribuirle cualidades mesiánicas a “la libre y amplificada circulación de información”[6], como suelen creer quienes diseñan políticas de Estado (el acceso a la información como solución de los problemas sociales), se ha demostrado que esta concepción instrumental “no conduce necesariamente a una convivencia pacífica ni al establecimiento de condiciones sociopolíticas en las que el individuo sea respetado en todos sus derechos”.
Por el contrario, la comunicación existencial, por demandar la jerarquización del otro en cuanto sujeto válido en sí, “más allá de la cosmovisión o forma de vida, no hay distancia u obstáculo alguno –ni cultural, ni racial, ni político, ni geográfico, ni generacional, ni social- que no pueda sortearse para iniciar un diálogo interhumano”. Este es un elemento decisivo de esta dimensión de la comunicación, ya que lejos de ser neutra -cual si fuera mera herramienta-, está fundada en una ética dialógica, una ética de la alteridad, que reconoce a cada individuo como persona y favorece su realización.
[1] Ure, Mariano; Filosofía de la comunicación en tiempos digitales; Biblos; Buenos Aires; 2010
[2] Ibid.; p. 47
[3] Ibid.; p. 57
[4] Ibid.; p. 17
[5] Ver p. 57
[6] Ibid., p. 65
Javier, sería realmente revolucionario que la comunicación hoy día fuese, de «corazón a corazón», como la proponía Casiano, el Maestro de Carrasqueda, el personaje de Unamuno.
La comunicación de «existencia a existencia» hasta Jaspers la propone como un origen del filosofar!
Si cada uno de nuestros comunicadores, en vez de poner en práctica sólo artilugios de la sofística, tuviesen presente que la comunicación es donación de ser también, seguramente entre tantas palabras huecas, vacías y que se lleva el viento encontraríamos riqueza, belleza y permanencia.
Sirvan estas reflexiones de Mariano y tuyas para despertar al hombre contemporáneo dormido.
Laura, gracias por esas palabras llenas de poesía: «entre tantas palabras huecas, vacías y que se lleva el viento encontraríamos riqueza, belleza y permanencia». Sí, todo sería de otra manera, ¿no? creo que es muy burda la manera en que se instrumentaliza a la persona en lo cotidiano, ahora qué alienante también para quien ejerce ese acto…
javi muy bueno el articulo, felicitaciones!!!
Me gustó mucho el artículo, palabras plenas. El vacío que se produce en las palabras de tanto repetirlas y la instrumentalización de la comunicación son temas inquietantes.
Hace un tiempo escuché una frase del P. Demetrio Jiménez que anoté porque me llamo mucho la atención y que comparto porque va en el mismo sentido: «las palabras no son solo juegos del lenguaje, son vehículos de intercambio, instrumentos de diálogo, de relación interpersonal».
Javier, resulta difícil, después de leer un artículo excelente como el anterior, encontrar las palabras justas para aportar realmente. Simplemente puedo decir que la comunicación es para mí la interacción de almas: hasta en las conversaciones más triviales el hombre desprende de sí algo de su interioridad, a veces da lo más exquisito y enriquecedor y otras veces lo que simplemente hace vacío en su interior. Cuando comprendamos que esa entrega desinteresada del ser hacia un «otro» no es un mero mecanismo, vamos a descubrir la maravilla de la comunicación.
¿Por qué el marketing es sólo un modo de comunicar? Sencillamente, porque todo lo que el hombre expresa produce impacto en el otro, en este sentido, el marketing se alimenta de reacciones naturales del hombre (que puede aceptar o rechazar). Yo no he leído a ninguno de los autores que mencionaste pero creo que a través de tu artículo has sintetizado para mí un pensamiento que comparto, la comunicación atraviesa límites y aunque muchas veces tenga malos usos (como el engaño) muchas otras veces permite distinguir al individuo en la masa, conocer al otro y conocernos a nosotros mismos a través de esta conexión interhumana. (Espero haber entendido bien, je.)
Muy buen artículo.Un abrazo.
Comparto todos los conceptos aquí volcados por Javier, mas aun cuando tuve la posibilidad de compartirlos personalmente en una charla con el autor del artículo y no dudo en sostener que ese encuentro produjo en mi la adquisición de un plus ontológico , espero que para Javier lo haya sido también