Crónica de la conferencia del IEM “Persona y Comunidad”
El pasado 27 de mayo el Instituto Emmanuel Mounier de Buenos Aires (IEM-BA) presentó la conferencia “Persona y Comunidad, un diálogo entre Gabriel Zanotti y Martín Grassi[1]”. Ante unas 80 personas, los autores expusieron sus conceptos acerca de la vida en sociedad y posicionaron al humanismo como contexto indispensable para el desarrollo individual y colectivo.
En instalaciones del Instituto Hannah Arendt, que ofició por primera vez como sede del IEM, y con la colaboración del Instituto Acton, Grassi y Zanotti dialogaron con el auditorio acerca de nociones fundamentales para la política de nuestros días, como así también compartieron su pensamiento para una sociedad cimentada en la fraternidad y en la dignidad de la persona humana. ¿Los principales enemigos a esta visión? Los expositores fueron claros: el autoritarismo, el accionar de grupo o facción y la alienación emergente tras la pérdida de sentido existencial. En dicho contexto, los autores analizaron la alternativa de un “nosotros” inclusivo y comunicante como apertura a una concepción de lo comunitario que no sojuzgue a las minorías en su seno.
A modo de comienzo Grassi interpeló a descubrir la comunidad no como contrato social, es decir, conjunto de normas que regulan las conductas en la sociedad, sino como el encuentro entre personas que no se bastan a sí mismas en tanto individuos y que alcanzan su identidad en la relación. Grassi no dudó en definir a la cultura como “violencia”, pues en su dinámica de creencias y prácticas, estipula un sentido colectivo incapaz de contener lo múltiple y diverso. Del mismo modo consideró a la justicia, o mejor dicho, a los sistemas jurídicos, como aquellos engranajes que institucionalizan una determinada experiencia del mundo, que, al establecer las normas para todos, imponen un horizonte moral al que cada individuo debe amoldarse. El asunto es que el hombre, para Grassi, por su libertad, trasciende cualquier intento de definición. “De allí que quizás solo el amor, como contrapuesto a la justicia, sea el principio dinamizador de las culturas y los sistemas jurídicos, por ser siempre apertura libre y liberadora a la alteridad y a la diferencia”, reflexionó Grassi.
A su vez, Grassi criticó la noción de libertad como autonomía, ya que “no se es libre para hacer lo que se quiere”, sino que esa libertad, que es responsabilidad, me obliga a ser respuesta ante las necesidades del otro. Tal es el caso de la vocación, que al provenir de un llamado, pone a prueba mi libertad en tanto actúe en respuesta a esa voz o me evada de mí mismo. En síntesis, la libertad solo es tal entendida como responsabilidad, como respuesta comprometida conmigo mismo y con los demás. “Nunca voy a ser libre desde mí mismo”, señaló Grassi. “Es el rostro del otro el que me llama, encarnado en la viuda, el pobre o el forastero. En la medida en que no respondo a esa llamada, mi libertad se niega a realizarse”.
Por su parte Zanotti, identificado con el liberalismo clásico anglosajón y con el pensamiento económico de la Escuela de Viena, tampoco le escapó a la metafísica. Para Zanotti “lo real” es “lo real del otro”, no la idea que yo pueda tener del otro y por tanto no se trata de un análisis idealista o racionalista preocupado acerca de si vivimos una existencia auténtica o si somos parte de un sueño del que no despertamos. Para Zanotti, en la medida en que hay otro quiere decir que hay yo.
Ahora bien, dado que, según Zanotti, el yo no se elige, sino que se descubre, de no ejercer esta operación como afirmación de mi propia personalidad, pierdo el sentido existencial y en consecuencia tomo prestado el sentido de otro. Esta sencilla y extendida situación presenta, según Zanotti, el germen para los totalitarismos: sujetos sin un sentido personal arrastrados en masa por líderes autoritarios que irrumpen para suplir esa carencia.
Tal vulnerabilidad humana y social, para Zanotti, vuelve indispensable el lugar de las instituciones, como los enclaves de la vida comunitaria para sostener la imperfección de nuestra naturaleza. Y en línea con esta idea estableció la diferencia entre lo que él considera “el político” y “el estadista”. El político para Zanotti es aquél que busca cumplir demandas, escucha lo que la gente necesita y cualquiera sea esa necesidad, enarbolará su bandera. Ahora si resulta que después de un tiempo esa misma multitud le solicitara todo lo contrario, el político estará listo para hacer y deshacer cuantas veces le fuera requerido. En cambio, el estadista no es un mero articulador de las demandas populares sin más. Abierto siempre al diálogo y al mutuo entendimiento, parte de una idea previa, de un sentido o una misión a realizar. Rechazando todo paternalismo, el estadista, actúa más como un educador y convoca a la realización de un sentido superador.
Un aspecto interesante en las posturas de los dos expositores, quienes coincidieron en los mismos valores mas no necesariamente en los enfoques, se da a la hora de concebir lo institucional. Si bien ambos reconocieron la importancia de las instituciones, Grassi se enfocó más en los límites que éstas presentan para el desarrollo de las personas y convocó a su permanente actualización. Por su parte Zanotti, sin objetar la importancia del cambio dentro de un sistema socio-político, puso el énfasis en la relevancia de lo institucional como garante de la ciudadanía frente al abuso de líderes autoritarios o facciones que se arrogan el poder, avasallando la voluntad de las minorías. Como una diferencia de estilos, más que de sustancia, estos dos autores que concordaron en la crítica a una sociedad escindida, parecieron expresar, uno, la demanda por mayor respeto a las instituciones, por tanto “más institucionalidad”; y el otro, preocupado por cambiarlas y hacerlas más flexibles, pareciera clamar por un mayor dinamismo y por ende “menos institucionalidad”.
El debate está echado.
[1] Martín Grassi es profesor de filosofía en las universidades Católica Argentina y del Salvador, a punto de convertirse en doctor en filosofía, miembro del Instituto Emmanuel Mounier y colaborador del Instituto Acton.
Gabriel Zanotti es doctor en filosofía, profesor de filosofía en la universidades Austral y del CEMA, profesor visitante en la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala y director académico del Instituto Acton.
Éste tipo de exposiciones permiten reflexionar a propósito de nuestras sociedades, y sus modos de operar. Las líneas políticas esgrimidas por los gobiernos que lejos de atender a la persona colocan su mirada en el capital, no permiten un desarrollo óptimo de una agenda social que procure un bienestar global.
Desde Costa Rica, un saludo fraterno, y un impulso para seguir desarrollando éste tipo de actividades que han de transfigurarse a su vez en praxis social creadora, para salir del discurso y encarar el desafío, que se manifiesta en cada rostro, como indica Grassi, remembrando a Levinas.
Esteban, gracias por tu comentario y apoyo permanente. Avisanos cuando vengas para Buenos Aires que organizamos algo juntos. Un fuerte abrazo!!
Aunque con un poco de retraso pero me alegra mucho este tipo de encuentros dialogados. De tu resumen, Javier, indudablemente me siento más en conexión con el punto de vista de Martin Grassi que de Gabriel Zanotti. Hay más comunidad, más subordinación de lo institucional (necesario, sí) frente a lo comunitario, y eso se complementa con la importancia del amor como dinamizador de las relaciones estructurales, frente a la justicia jurídica y las normas. El camino que tenemos como personalistas comunitarios no pasa por una mayor libertad de actuación para las estructuras institucionales, sino por una mejor y mayor pedagogía del amor. La libertad es intrínseca a la persona, pero lo es como movimiento, como liberación. Nuestro proceso de personalización no parte de una «naturaleza imperfecta», ni es un proceso de perfección, es la respuesta a una llamada interior a la búsqueda constante, de otros y de nosotros mismos. De ahí que las instituciones deben ser producto de la necesidad de canalizar comunitariamente un objetivo, pero no pueden convertirse en entes que a su vez ejerzan un control. Y efectivamente la libertad nos convoca a ser responsables, a reponder ante nosotros y nuestros hermanos de lo que hacemos, pero también nos convoca al amor, a la imperiosa búsqueda de la relación con el otro.