Algo se rompió y va a llevar mucho tiempo sanar las heridas, es la sensación que predomina tras los saqueos que se desataron hace unos días en Córdoba y que hoy mantienen en vilo a toda la Argentina. Hay dos opciones para analizar lo que está pasando: una, es quedarnos con los hechos “objetivos”, es decir, hordas vandálicas arrasando con todo lo que encuentran a su paso y que ejercen una violencia mancomunada contra sus propios vecinos, contra sus fuentes de trabajo, sus viviendas y hasta sus vidas. La otra, observa lo mismo, contempla los acontecimientos tal como suceden y tiene el mismo diagnóstico de lo que pasa en las calles, pero no puede hacer un juicio definitivo con ese recorte de realidad. Por el contrario, intuye dichas manifestaciones como signos de algo mucho más profundo. Si la reacción “objetivista”, sin matices, enciende las más airadas expresiones de furia frente a la injusticia manifiesta; la segunda, menos impulsiva, se acerca más al dolor y desde ese pesar, paradójicamente, puede dar lugar a la esperanza.
Tengo la impresión de que estos episodios nos conciernen en lo más íntimo. De allí que hay algo que podemos hacer, si entendemos nuestro ser persona como quién se encuentra necesariamente atravesado por la relación –relación comunitaria, parte inescindible de un todo—. Sí, somos parte de esta comunidad, por eso nos duele. Pero no viene al caso hacer expresiones grandilocuentes de nacionalismo. Nos duele el prójimo, nos duele ver a nuestros hermanos enfrentados por lo más vil de nuestro ser social: la manipulación, el uso clientelar de las personas, la instrumentalización del semejante para fines espurios, la rienda suelta de la codicia, el poder sin más.
Lo que nos compete a quienes no somos saqueadores, es decidir cómo pararnos frente a esta violencia que parece querer arrastrarnos consigo. Ahora, difícilmente pueda pedírsele a quien haya sufrido la destrucción de su comercio o a quien haya perdido a un familiar, que tenga la magnanimidad de poner punto final a este círculo vicioso. Mas quienes podemos resignificar los acontecimientos, no desde la abstracción o la distancia, sino a partir del dolor que nos provocan, porque se nos remueven las entrañas de ver cómo nos matamos entre nosotros por nada; frente a semejante insensatez, podemos optar por otro camino. Hay que hacerlo por mucho que nos cueste. Y no se trata solo de tapar los síntomas (desplegando vaya a saber cuántos miles de gendarmes). Poner freno a esta espiral de violencia es la única opción que tenemos frente a algo que puede ser mucho peor. Aquí lo que nos incumbe. Somos responsables de echar más leña al fuego o de optar por alternativas que se fundan en la no violencia y los valores. Valores que no exaltan una facción (“nosotros todos, ellos nada”), una clase, un grupo ideológico; valores que hacen primar lo sagrado de cada existencia y el respeto inexpugnable por cada ser humano.
De lo contrario, es decir, si damos rienda suelta a la cólera que pudiéramos sentir, como una peste, expandimos una enfermedad de la que, además, quedamos convalecientes, llenos de ira, y que de un modo u otro canalizamos en lo cotidiano (sea a través de una catarsis inconducente o desquitándonos lateralmente ante la primera oportunidad que se nos presenta). La violencia nos hace rehenes a todos de lo peor de la condición humana. Tocar fondo a veces es esencial para cambiar, cambiar la forma en que nos miramos, cambiar nuestras aspiraciones narcisistas, volver a poner los dones al servicio de una causa más amplia y ¡cambiar también la forma en que votamos! desterrándonos de exclusivos intereses particulares. Si la alternativa está en la militancia de un nuevo orden que aún no ha terminado de parir, también está en las opiniones que vertemos en nuestro entorno, pues somos responsables de expandir el odio o de sumar a un proyecto que quizás hoy no vemos, pero que depende entre otras cosas, de que creamos en nuestras posibilidades de ser artífices de otra historia. De no ser así, no queda más que resignación, desesperanza y un descontento individual que alimenta permanentemente lo colectivo. Caer en la tentación de decir “este país es una mierda”, y consolidar la idea de que “nada va a cambiar”, nos convence, sin darnos cuenta, de que ningún esfuerzo vale la pena y que de no abandonar nuestra tierra, no seremos más que expresión apesadumbrada, quejosos de una realidad de la que hemos abdicado, precisamente por no apostar, por no arriesgarnos, por no creer.
Mientras tanto, lo único que parece fortalecerse con estos acontecimientos es la desconfianza, el rencor, los prejuicios y algo más peligroso aún, se asienta una concepción demonizadora de ciertos sectores, como los de bajos recursos, cual culpables de alterar un orden que en rigor, no era tal. Orden ficticio, calma aparente. Mounier denunciaba en los años 30 el “desorden establecido”, ese que en episodios como los que estamos viviendo en Argentina ponen de manifiesto los conflictos subyacentes, sociales, económicos, políticos. Conflictos culturales, en definitiva, de valores, que se hacen patentes en los continuos avasallamientos de los que todos somos víctimas, aunque son los más vulnerables quienes se llevan la peor parte.
Pero hasta en momentos tan difíciles como el actual hay que volver a decir que en la persona humana, a pesar de todo, hay más cosas dignas de admiración que de desprecio, como señala Carlos Díaz y que una persona, por más daño que haya causado, jamás se convierte en un desecho de quien ya nada puede esperarse. La persona es ese ser que siempre puede responder de otro modo, que puede cambiar y que si es capaz de las peores atrocidades en detrimento de sus hermanos, también lo es de los gestos más nobles y conmovedores. Y aquí es donde inevitablemente advierto mi posibilidad como persona o ciudadano de ver hasta qué punto reproduzco el desorden establecido o me convierto en testimonio de cambio. Sin justificar absolutamente ningún acto delictivo (los responsables deben pagar por el daño causado), pienso también que ese vandalismo organizado no se constituye de la noche a la mañana.
Hace pocos días moría Nelson Mandela. Quizás sea esta enorme figura de la humanidad la que mejor puede interpelarnos para entender que ante la gravísima situación social que estamos viviendo los argentinos, lo que hace falta son gestos de grandeza. Hoy la reconciliación necesaria para una convivencia en paz, parece lejana. La ineficacia de la justicia (por no decir su ausencia) hace todo mucho más difícil, sin embargo la división puede ser aún peor. Tengo la convicción de que antes de que lleguen los cambios que deseamos en las instituciones, debemos ser motores que alimenten esas construcciones. Y seguramente es el camino más difícil. Los atajos a la felicidad suelen ser sucedáneos de ésta. Solo con un horizonte de esperanza, de saber que podemos empezar de nuevo, puede abrirse la puerta a otro modo de convivir, a otro modo de gobernar, a otro modo de habitar el acontecimiento.
Excelente relato. Creo que es lo que necesita nuestra sociedad, tratar de actuar desde donde esta cada uno de la mejor manera .
«somos responsables de expandir el odio o de sumar a un proyecto que quizás hoy no vemos, pero que depende entre otras cosas, de que creamos en nuestras posibilidades de ser artífices de otra historia. De no ser así, no queda más que resignación, »
Me encanto esta frase, porque a veces uno no se da cuenta como «pega» en los demas sus palabras o su postura ante los hechos y a veces , sin quererlo y sin darnos cuenta, expandimos el odio… Abrazo grande.Poch
Sí, Martín. Coincido. Todo lo que hacemos o dejamos de hacer repercute en otros y de un modo u otro contribuimos a establecer determinadas creencias, muchas veces sin darnos cuenta! muchas gracias por tu comentario.
Muy bueno Javi
Mounier denunciaba en los años 30 el “desorden establecido”, ese que en episodios como los que estamos viviendo en Argentina ponen de manifiesto los conflictos subyacentes, sociales, económicos, políticos. Conflictos culturales, en definitiva, de valores, que se hacen patentes en los continuos avasallamientos de los que todos somos víctimas, aunque son los más vulnerables quienes se llevan la peor parte.
Me quedo con este párrafo.
Gracias Débora!!
JAVI: VI LAS NOTICIAS Y NO SUPE A QUE SE DEBÍAN ESOS SAQUEOS, SIGO SIN ENTENDER LO QUE ESTÁ PASANDO EN EL MUNDO, EN MI QUERIDO MÉXICO NO SON SAQUEOS, ES VIOLENCIA DE DIFERENTE FORMA PERO VIOLENCIA EN CONTRA DE PERSONAS DESAPARECIDAS, MUJERES MUERTAS, SECUESTRADAS, NIÑOS QUE NO SON ENSEÑADOS EN LAS ESCUELAS PORQUE SUS ‘MAESTROS’ ESTÁN INCONFORMES CON LA REFORMA EDUCATIVA (TAN NECESARIA) EN NUESTRO PAÍS Y LOS CUALES SE COMPORTAN COMO BÁNDALOS. VEO QUE SE CUMPLE LO QUE AFIRMA SHELER: EL MAL COMETIDO POR ALGUIEN TIENE UNA RESONANCIA HASTA EL INFINITO, COMO LAS ONDAS PROVOCADAS POR UNA PIEDRA ARROJADA AL AGUA. EL MAL ES DIFUSIVO COMO EL BIEN, PERO PARECE QUE AHORA EL MAL ES MÁS ATRACTIVO QUE EL BIEN. ME IMAGINO QUE USTEDES COMO NOSOTROS SE SIENTEN IMPOTENTES ANTE TANTA INJUSTICIA, IMPUNIDAD, CORRUPCIÓN, PERO DEBEMOS DE CONFIAR Y SÍ TRABAJAR CON HUMANISMO COMO LO HIZO MANDELA, CON BUENOS Y MALOS, AMIGOS Y ENEMIGOS Y SABER PERDONAR Y NO GUARDAR RESENTIMIENTO, SOLO ASÍ LOGRÓ ÉL LA UNIDAD DE SUDAFRICA (BLANCA Y NEGRA), A BASE DE MUCHOS Y PEQUEÑOS DETALLES DE HUMANIDAD CON TODOS LOS QUE TRATABA, SOLO ASÍ LOGRAREMOS QUE EL BIEN TRIUNFE SOBRE EL MAL.
Eli, me gustó la frase de Sheler sobre la resonancia del mal. Sí, aunque sea difícil sostenerlo en algunas oportunidades, el camino a la concordia es la reconciliación. Obviamente que hay factores como la adicciones y otros que añaden a la violencia un coctail un tanto más complejo. Pero sin dudas que hay que poner corte a la violencia. Un beso grande para vos y Dios quiera que las cosas en México mejoren
Javier, muy bien el enfoque, ser un instrumento de cambio. Estos problemas no son fruto de una espontaneidad sino de una respuesta a una sociedad que vive una mentira tras otra. Basta de mentiras! Más ejemplo de trabajo y de honestidad! Hacer el esfuerzo, cada uno, para dar ese ejemplo, para desenmascarar los discursos mentirosos!
Gracias Lydia. Es tiempo de los grandes gestos, auténticos y de unidad, el populismo y las recetas de corto plazo no van a prosperar y al contrario, serán caldo de cultivo para escenarios más dramáticos aún. Confío en el surgimiento de nuevos liderazgos capaces de encarnar los valores que necesitamos
Por aquello de que «depende con el cristal con que se mire», la respuesta a como nos paramos ante la violencia se verá condicionada a múltiples perspectivas. Una de ellas podría ser la edad. Me animo a decir que sólo un joven, como el autor de esta nota, pueda sentirse como «motor que alimente construcciones superadoras»… me alegra que así sea, y agradezco a Dios que los ideales que alienta sean compartidos por muchos más que decidan movilizar el cambio, porque en este generoso país los mayores han sido testigos de una decadencia que no reconoce antecedentes y que hiere casi mortalmente la esperanza. La violencia del latrocinio usada por nuestras clases dirigentes para perpetuarse nos ha deparado heridas culturales y morales que únicamente los jóvenes podrán remontar. Mandela fue presidente a los 76 años, pero demostró ser jóven de espíritu en el momento cúlmine de su vida. Felicidades a todos y que la llama de la pasión no decaiga.
Fernando, gracias por tu reflexión. Seguramente tenga que ver con lo que mencionás, un espíritu joven, convencido de que algunos cambios son posibles, mas si de verdad nos convencemos de ello. Tal como lo describís es lo que encarnó Mandela. Quién sino él puede ser testimonio de cambio y de esperanza cuando estuvo 27 años preso y sin embargo no cesó nunca de realizar gestos de conciliación. Y hoy tantas personas viven amargadas, descreídas, por cosas muy menores a lo que vivió el líder sudafricano… Un abrazo!
Vivo en un país en el cual en un día se han llegado a cometer más de 50 asesinatos. NO existe día en el que haya menos de 10 crímenes según los datos de los periódicos, y muchas veces estos se quedan cortos. Al igual que en México, tal como lo señala Elisa, aquí en El Salvador hay secuestros, violencia contra la mujer, estudiantes que no regresan a sus hogares después que van a sus colegios, y que luego amanecen asesinados. A muchos jamás se les vuelve a ver. En las cárceles los delincuentes tienen, bajo la mirada complaciente de las autoridades, la última tecnología digital, por medio de la cual se ordenan crímenes y más crímenes; y cada día es peor. Entre tanto, dada la proximidad de las elecciones, hay montado todo un espectáculo entre los principales contendientes, quienes viven sacándose los trapos al sol en algo que no es otra cosa que un simple distractor previamente organizado. Desafortunadamente la corrupción impera en todos los estratos. En general hay desesperanza; se sabe, aunque nadie quiera aceptarlo abiertamente, que la situación va aceleradamente en decadencia en todos los ámbitos. Tal vez esto parezca pesimista, pero aquí, tal como está la situación, hasta la fecha de nada ha valido ser optimista. Aquí, por el momento, la deshonestidad y la desfachatez imperan.
Enrique, siento mucho la descripción que haces de El Salvador. Aquí también gobiernan la deshonestidad y la desfachatez. Entiendo que mientras más enquistados se encuentren ciertos flagelos sociales, más complicado es resolverlos. No obstante, lo que nos lleva al abatimiento o al pesimismo, es ver que no hay voluntad para enfrentarlos en serio: el narcotráfico por ejemplo, como fenómenos que sufren nuestros países. Si la policía y los dirigentes políticos conocen cómo circula y en qué barrios se encuentra la producción y venta de la droga… Es decisión y espíritu de cambio. Tiene que haber un momento en que se produzca una bisagra y cada sector se ocupe de hacer lo suyo sin transar. Y no dudo tampoco que el dirigente que de verdad se anime a desbaratar las redes de los narcos, de la trata, etc. en serio, va a lograr un apoyo masivo de la ciudadanía.
Mucho me he quejado cuando se generalizaba al decir -todos tenemos la culpa-, porque era como no atribuir a nadie las responsabilidades de una sociedad. Me resultaba un facilismo en cierta forma demagógico. Ese «todos» me sonaba a «nadie». Sin embargo, los fenómenos sociales de violencia que lamentablemente se han extendido en Latinoamérica me ha llevado a pensar que la comunidad genera directa o indirectamente los males que padece. Esto es, los dirigentes que surgen del seno de esa comunidad la representan con todas sus luces y sombras. Si no partimos en reconocer ese problema las soluciones serán siempre de corto plazo y de auto engaño. En consecuencia, como bien lo expresa Javier el nervio motor del cambio debe hacerse carne en cada uno y nosotros cotidianamente podemos hacerlo. No cabe otra concepción. Los de arriba tendrán naturalmente que rendir cuenta de sus crímenes y los demás saber que la democracia no es solamente el acto de elegir al menos malo, sino vivir el día a día con el prójimo como próximo. Que la libertad ilumine a los pueblos para despojares de sus propias lacras!
Cacho, qué bueno tu comentario. Sabés que hay un filósofo greco-francés, Castoriadis, qué explica lo mismo que vos estás compartiendo: la forma en que se dan los cambios en una sociedad. él habla del «magma de significaciones sociales» y a grandes rasgos explica la posibilidad del cambio a partir del dinamismo que mueve las instituciones: si bien da la impresión que son rígidas, pesadas, etc. hay toda una lógica que lleva de lo instituido a lo instituyente y viceversa. Cuando hablás de la relevancia que tenemos todos, es decir, responsabilizándonos también por los males de los que somos víctimas, para mí no hay con qué darle. Si bien hay grados de responsabilidad, a nivel social si nosotros creemos que está todo perdido, que todos los dirigentes son corruptos, no vamos a tener ojos más que para los corruptos. Reproducimos los males que decimos denunciar cuando no apostamos por una alternativa de cambio. Fuerte abrazo
«Tengo la convicción de que antes de que lleguen los cambios que deseamos en las instituciones, debemos ser motores que alimenten esas construcciones.» «Reproducimos los males que decimos denunciar cuando no apostamos por una alternativa de cambio».
Inicio este comentario con dos de tus frases de las que resalto «motor» y «cambio».
La respuesta setentista fue violenta y arrasó con muchos de nosotros. El desafío es el de Mandela, construir en un contexto cada vez más violento, más fragmentado, más heterogéneo. Por eso agradezco profundamente este sitio de reflexión que impulsás.
¡Que el 2014 sigamos impulsando ese cambio!
Yo te agradezco a vos María Silvia!!!