Los amigos de Visión Sustentable me pidieron una columna sobre voluntariado corporativo para su edición especial impresa*. La comparto
Tengo la impresión de que la mayoría de entre nosotros nos sentimos invitados a poner nuestro tiempo a disposición de los demás, pero como no encontramos donde o cómo ejercer ese servicio, terminamos atesorando la riqueza que tenemos para dar y posponemos, quizás, el modo de realización más pleno que podemos alcanzar. Si alguna vez experimentamos la manera en que crecemos cuando nos corremos del centro, podemos intuir que detrás de ese acto, se esconde algo mucho más profundo y revelador.
Cuando me dispongo a adentrarme en el conocimiento de mí mismo, entiendo que mi realización personal está atravesada por el modo en que me doy a los demás. Es más, descubro que no hay felicidad posible en la enceguecida carrera por el dinero, el prestigio o el poder; y por el contrario, me acerco a mi ser más auténtico, cuando me pongo a prueba en la entrega generosa, que rompe el propio encierro, los fantasmas del deseo y la imagen embelesada que puedo erigir de mí mismo. En otras palabras, no hay mejor camino para alcanzar el máximo de mis potencias que compartiendo mis talentos con los demás.
En este sentido y viene a cuento de deshacernos de los prejuicios que suelen paralizarnos a la hora de la acción, no hay un modelo de voluntariado hegemónico. Para ser voluntario no tengo que estar enrolado en Caritas o la Red Solidaria, sino simplemente, saber deponer, de tanto en cuanto, el interés propio, para ocuparme de las necesidades de otro. Ahora bien, la riqueza inédita de ser persona es que en mi radical originalidad, puedo llevar a cabo una obra para la que nadie más esté preparado como yo. Y ese será el voluntariado más exitoso que pueda encarnar. Si, por ejemplo, pongo todos mis esfuerzos en darme a los demás participando en la construcción solidaria de viviendas, sin dudas ensancharé mi corazón y sentiré que aporté mi tiempo y mis fuerzas para mejorar la calidad de vida de otro, pero si esta actividad no se condice con aquello que me apasiona, a la larga me encontraré necesitado de darle un giro.
Es por ello que si me encuentro dotado para el arte, supongamos, o bien descubro que amo pintar, que disfruto de ese modo de expresión y que, además, me permite transmitir valores cuando doy rienda suelta al pincel, seguramente me sentiré más a gusto organizando un taller gratuito para personas que se sienten atraídas por el arte pero no tienen la posibilidad de costearse ese estudio, o más allá del plano económico, ayudaré a otros a encontrar su propio camino plasmando sus emociones desde el plano estético. Estos ejemplos pueden ser útiles para que cada uno comprenda de qué manera puede aportar más valor y, al mismo tiempo, dejarse llevar por sus inclinaciones. Hablarlo con otros siempre es un buen ejercicio. Muy a menudo esas personas que nos inspiran confianza pueden ser buenos consejeros para orientarnos en el cómo de nuestro servicio (cómo o para qué nos ven), que, además, puede traer consigo un proyecto personal y el despertar de una vocación dormida.
En síntesis, si bien es falso asegurar que todos somos voluntarios, afirmaría que tengo que ser voluntario para ser yo mismo. Quién se siente interpelado de este modo –no por leer estas líneas, sino porque internamente lo siente como una verdad irrefutable—, ve proyectarse el horizonte de su espíritu allí donde la realización existencial y el servicio confluyen.
Ahora bien, antes de encontrar esa expresión, casi mística, de conexión personal, para no quedarnos en la frustración de “no tengo idea por donde pasa mi forma particular de ser voluntario”, el primer paso es empezar. Si me siento inclinado al arte pero aún no puedo distinguir por donde o con quiénes puedo contribuir desde ese saber, si me invitan a construir una casa ¿por qué no ir? Las ideas más brillantes, esos insights que cada tanto aparecen y nos hacen decir “¡era esto!” suelen darse de la mano de la acción. Si no empiezo a caminar, difícilmente descubra desde la lejana quietud hacia donde dobla el camino, pero ya en marcha es mucho más fácil, pues al mismo tiempo tendré la ventaja de saber que de todas las bifurcaciones, ya he andado algunas de ellas y voy acotando las elecciones, hasta acertar.
De aquí que también me interesa abordar el modelo de voluntariado corporativo, como esas acciones que desarrollan las empresas en su estrategia de inversión social. Y se me ocurre una primera idea. Cuando se nos convoca a participar de una acción de este tipo, podemos pensar que no vale la pena, pues “seré usado para fines que me exceden y con los cuales no comulgo”. Entonces, me aseguro a mí mismo que si quiero hacer voluntariado, lo haré por fuera de la empresa. Pero ocurre también que esa oportunidad no siempre llega y a veces, bajarnos de nuestro yo más controlador, puede ser una buena apuesta para desandar prejuicios. En otras palabras, no he escuchado a quien se haya sumado a una actividad de voluntariado corporativo, que sintiera haber malgastado su tiempo. Quizás encuentre críticas o bien reafirme alguna sospecha, pero sin dudas no se arrepentirá de haber participado, si su aporte fue sincero.
En definitiva, el acto de ponerse a disposición, estar disponible para otro, pone en funcionamiento un mecanismo interior –la disponibilidad, diría Gabriel Marcel- que nos permite conocer lo mejor de mis compañeros de trabajo y sin caer en un terreno demasiado trillado, aprendemos a conocer a esas personas desde lo más noble de quiénes somos. Sí, ese al que juzgo severamente por su apariencia o el modo de conducirse en el trabajo, a la hora del servicio, descubro que la mayoría de las veces soy rehén de preconceptos, ya que, a pesar de todo, ese otro tiene muchas más cualidades dignas de admiración que de desprecio. Y eso también nos comprende.
Por último, ser voluntario es ser más humano, volver a lo más propio del hombre, cuyos atributos suelen permanecer ocultos detrás de todo lo que nos deshumaniza, nos aleja del encuentro persona a persona y nos mantiene cautivos de las ambiciones, el anhelo por tener y la espera de reconocimiento. A propósito de esto, el primer y más valioso reconocimiento es el que opera en la mirada de nuestro interior y comprobar que el amor es la fuerza vital de la persona humana, nos permite abandonar las falsas seguridades y disponernos al encuentro. Con esa actitud existencial, la coincidencia entre vocación y compromiso para con los demás abandona todo idealismo para presentarse como el mayor de los realismos.
* «Estrategia y Gestión en Voluntariado Corporativo», Visión Sustentable www.visionsustentable.com.ar
Querido JAVIER
Más preciso, echale agua. La mejor motivación que tiene el ser humano, cuando pone al otro en el centro de vida es, efectivamente, el amor. Pero no un amor sensiblero sino uno donde el otro es importante en la propia vida porque le completa y le ayuda a completarse. Escelente el artículo.
Un abrazo, Horacio